4. "El pobre viejo Kreacher."

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La exploración del antiguo edificio parecía interminable. Aparentaba haber muchas más habitaciones de las que podían imaginar. Todas eran viejas y estaban mal tratadas, sucias y polvorientas. Sin embargo, estaban seguras de que, con un poco de mantenimiento, podrían restaurar la casa a su tradicional aspecto elegante que había predominado por siglos, según su padre.
Después de un par de horas, las mellizas decidieron volver a su habitación para descansar un poco.
Sin embargo, mientras regresaban por el vestíbulo, Maddie, torpemente, tropezó con los cordones de sus tenis, y se estrelló contra el suelo, causando un gran estruendo.
Maddie se levantó lentamente del piso, frotándose la barbilla, que se había lastimado.

—Nos dijeron que no hiciéramos ruido, Mads...

—No es mi culpa que...

Pero el resto de sus palabreas fueron cortadas por un terrible y ensordecedor chillido que les heló la sangre.
Las mortífagas cortinas de terciopelo que habían pasado hace un momento se habían abierto de par en par, pero no había ninguna puerta detrás de ellas. Podían ver que una mujer mayor vestida con una capa negra estaba gritando y gritando como si la estuvieran torturando. Simplemente, o no tan simplemente, era un retrato de medio cuerpo, pero el retrato más realista y menos agradable que habían visto en su vida.
La mujer vieja estaba babeando, sus ojos estaban girando hasta quedarse en blanco, la piel amarillenta de su cara se estiraba hasta tensarse cuando ella gritaba; y por todo el vestíbulo detrás de ellas, los otros retratos se despertaban y empezaban a chillar también, de manera que Noa se tapó los oídos y Maddie trató de calmar a estos extraños sujetos, quienes le resultaban terroríficamente familiares.
Trataron de cerrar las cortinas para tapar a la anciana, pero no eran capaces de cerrarlas y ella empezó a gritar más alto que nunca, blandiendo sus manos para intentar atacar sus caras con las uñas.

—¡Suciedad! ¡Escoria! ¡Productos de la suciedad y repugnantes! ¡Medio desarrollados, mutantes, subnormales, lárguense de esta casa! Cómo se atreven a venir a la casa de mis padres... —exclamaba la anciana hasta que las miró fijamente, y se detuvo, agregando: —¿Quiénes son ustedes?

—¿Abuela? —preguntó Maddie.

—¿Abuela? ¿Cómo que abuela? —gritó la anciana con una mezcla de enfado y confusión.

Enseguida, oyeron unos pasos intensos y cercanos.

—¡Cállate, horrible bruja vieja, CÁLLATE! –gruñó Sirius, corriendo las cortinas.

La cara de la mujer vieja empezó a palidecer.

—¡Tuuuuuuuuuuuuuuuu! –aulló la vieja, sus ojos abiertos como platos tan pronto vieron al hombre—. ¡Traidor de sangre, abominación, vergüenza de mi carne! ¿Éstas son las intrusas de sangre mestiza que pretendes traer a mi casa? ¿Sigues deshonrando a mi familia?

—¡He –dicho –que –te –calles! –gruñó el hombre, y con un enorme esfuerzo, fue capaz de hacer que las cortinas se cerraran de nuevo.

Los chillidos de la mujer vieja cesaron y de nuevo el silencio cayó. Acariciando su largo pelo negro y apartándoselo de los ojos, el padre de las mellizas, Sirius, se giró para ponerse enfrente de ellas.

—Bueno, –dijo lúgubremente— veo que han conocido a mi madre. Su adorable abuelita Walburga.

—Parece amistosa —murmuró Maddie con sarcasmo.

—¿Cómo sabías que era nuestra abuela? —preguntó Noa frunciendo el ceño.

—Pues... —titubeó Maddie—. No lo sé, intuición, supongo.

—Traten de no despertarla de nuevo —pidió Sirius—: me odia a mí y a cualquiera que sea mi aliado.

—¿Por qué? —preguntó Maddie.

Pequeñas Black y la Orden del Fénix (Libro V) (Harry Potter)Where stories live. Discover now