Rango (Van McCann)

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El por qué me volví sumiso ante ella debe estar y estará en sus cabezas.
Como una pregunta sin respuesta. Bueno... ¿No te ha pasado que sientes un deseo tan grande que lo confundes?

Ya lo he dicho si no me equivoco, y si no pues aquí va.

A todo hombre le vuelve loco una mujer con el cuerpo definido.
Ya sabes, lindos pechos, abdomen plano, cintura marcada y un trasero de ensueño. La típica definición de mujer "buena" que a algunos les gusta. Sí, yo entro entre ellos.

Llamenme pervertido si quieren, pero lo primero que me pasó al ver el cuerpo de Eliza fue:
"Quiero tenerla en mi cama"
Como con casi todas las mujeres, eso era lo que el hijo de puta de Van piensa.

La empecé a buscar, aunque ella me tratará de una forma sarcástica durante dos días, mi objetivo era el mismo.

Eliza + Yo + mi cama + sexo

Pero vamos era una chiquilla de 16 años, aunque haya tenido el mismo novio desde los 13, podía jurar que esa mujer era una bomba sexual. Sin embargo, también ella estaba en esa etapa de querer buscar el amor verdadero, tenía que ser lo más empalagoso para que me creyera. Todo lo que se hace para hechar un polvo, ¿eh?

"No me he acostado con otra", había roto con eso. Cuando aquella chiquilla me hizo tener una erección sin tocarme, sin verme.

La maldita mocosa quería a ir a una feria. Lo cual es equivalente a tener que verla casi toda tarde con unos shorts cortos, comprarle helados y ver como pasa su lengua por el contenido. Incluso quiso un maldito hog dog y tuve que contener varios pensamientos impuros cuando abrio su boca para comenzar a comer.

Dolorosamente placentero.

Después de saciarme con aquella chica -cuyo nombre no recuerdo- me sentí sólo pero sólo un poco mal por hacerle eso a Eliza.

Todos tienen ese concepto de mí, un hijo de puta, pero vamos ¡soy un hombre intocable! ¿O no? Eliza no podía rechazarme, ella sería capaz de soportarlo lo que le haga. Eso era lo que quería, jugar con ella todo lo que quiera, tenerla en la palma de mis manos.

Hasta que me fijé que cuando salíamos todos le miraban el culo, -yo hubiera hecho lo mismo si viera pasar uno así- y me daban ganas de golpearlos justo en los ojos para que no la vean, me dije que era por el hecho de que le tenía unas ganas gigantes de tenerla debajo de mí.

Nunca nos habíamos besado, ella solo me agarraba del brazo o me abrazaba, pero no me dejaba besarla. Estaba seguro que cuando lo hiciera sería jodidamente caliente.

Así que en conclusión.
Sabía que estaba yendo por un camino peligroso, uno muy amargo para mí gusto, haciéndolo otra vez, pero si haciéndolo significaba tener su piel contra la mía le diría dulces mentiras, las mentiras más dulces.

Mentiras con verdades.

Si eso era lo que quería la niña de 16 años lo haría, le daría todo eso.

No le daría tan fácil mis emociones a alguien -pobre iluso-. Yo era difícil de manejar. El peor error que alguien puede cometer es pensar que pueden hacer cambiar a las personas. Cariño, si puta naciste, puta morirás.

Así que querida Eliza, no digas que no quieres a un mentiroso, no digas que no quieres a un chico malo. Te mentí en cada palabra, aunque ya sabías que era un farsante. Sabes que no era ese tipo de chico, así que no debías esperar demasiado. Sin sorpresas.

Pero la sorpresa me la llevé yo.
El mentiroso calló en su propia trampa.
Muy muy ondo.