La Gran Chiken (PARTE 11)

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Eliza estuvo cautiva por muchos años junto a su hija, pero ahora debía enfrentar sola volver a estar prisionera de estos salvajes.

Cuando su hija huyó ella se puso muy felíz porque lograría tener una vida diferente a la que llevaban ahí.

Aunque también tenía miedo de que no hubiera logrado llegar hasta algún lugar donde pudieran ayudarla.

Era una niña pequeña y el desierto era un lugar muy peligroso y cruel.

Sentía una mezcla de esperanza y tristeza cada vez que pensaba en Pluma Blanca y una amargura muy grande cuando recordaba la matanza que habían sufrido los hombres que las secuestraron, porque ella creía que Rosita había perdido la vida junto con ellos.

También sufría mucho pensando en su esposo Nube Negra, creía que la única manera de que él no las buscara era que estuviera muerto.

Pensaba que cuando las secuestraron lo habían matado y esto la angustiaba muchísimo.

Pluma Blanca sabía cómo llegar al lugar dónde estaba su mamá.

Ahora que los indígenas estaban a salvo en el Valle, podían intentar salvarla y luego irían por su papá.

En la noche, luego de descansar y reponer provisiones, las dos niñas, Piere y dos jóvenes guerreros emprendieron el viaje hacia el lugar donde la mamá estaba cautiva.

Llegaron en la madrugada y siguieron el mismo camino que les había permitido escapar anteriormente a Pluma Blanca y a su mamá.

Llegaron a la tienda que tenía la lona (piel de oso) rota y con mucho cuidado la abrieron. Lo que vieron los impactó, allí durmiendo todos apretados estaban como 20 personas, todos prisioneros, hombres, mujeres y niños en condiciones deplorables.

Había un centinela afuera y otro adentro.

Por fortuna el de adentro dormía abrazado de su lanza pues esta gente estaba tan agotada y maltratada que no tenían fuerzas para querer escapar.

Pluma Blanca se acercó con cautela a él y poniendo la mano sobre su frente lo durmió más profundamente aún.

Luego fue tocando uno por uno a los cautivos y haciendo señas de que no hicieran ruido les mostró la salida.

Al tocarlos les devolvió la salud y las ganas de vivir, todos lentamente fueron saliendo sin hacer ruido y Piere junto a los guerreros los conducían por un sendero que los llevaba a las colinas lejos de la tribu.

Entre unos trapos sucios y muy maltratada se encontraba Eliza, habían salvado su vida pero había quedado ciega por la mordedura de la serpiente.

Al tocar su frente Eliza recuperó la salud y la vista de inmediato, abrazó a su hija y comenzó a llorar desesperada, más feliz se puso cuando vió que Rosita también había sobrevivido.

El centinela de afuera sintió un ruido y se asomó a la tienda, vió el panorama y quiso atrapar a la niña pero al tocarla su ira desapareció, de inmediato sintió cómo los grandes espíritus le indicaban cuál era su verdadero destino y pidiéndole disculpas a la pequeña quiso acompañarlas y protegerlas.

Salieron todos muy en silencio y para el amanecer ya estaban muy lejos de la tribu.

Pluma Blanca con sus dones les procuró agua fresca y frutos que alimentaron a todos y cuando el sol bajó partieron hacia el Valle de la Vida.

Ahora solo restaba una misión más, era rescatar a su papá.

Nube Negra estaba prisionero hacía ya mucho tiempo por atacar a unos soldados en un pueblo cercano a las tierras de la tribu y al lugar donde tuvieron la cabaña.

Luego de la fatídica noche en que secuestraron a su familia comenzó a buscar en distintas direcciones cualquier huella o rastro que le brindara un destino dónde buscarlas.

Por mucho tiempo creyó que habían sido soldados porque las huellas eran de caballos de la milicia los cuales dejaban impresas en sus huellas letras que la identificaban, esto lo usaban para recuperar caballos que les robaban o escapaban sin rumbo.

Un día vió un grupo de soldados y los siguió. Llegaron a un pueblo cercano y acamparon a sus afueras.

Era costumbre en esa época pasar muchos ratos libres en las cantinas de los poblados pues éstas brindaban comida, alcohol, compañía y mucha diversión.

Mientras los soldados se dejaban llevar por sus pasiones, Nube Negra se acercó a los caballos y revisó sus herraduras, se dió cuenta que las huellas coincidían con las marcas.

Luego inspeccionó las sillas de montar y las alforjas buscando cabello o trozos de tela adheridos o enganchados a algo, pero no encontró nada hasta que llegó al último caballo.

Éste tenía atado a un costado un adorno indio que había sido obsequio del jefe de la tribu por el nacimiento de las niñas, lo llevaba Eliza en su cabello porque lo usaba para recoger su cabello.

Muy enojado y loco de impotencia esperó a que los soldados volvieran a sus caballos y cuando lo hicieron se abalanzó como un loco sobre el pobre soldado que no entendía nada, no sabía por qué lo atacaba a él y no entendía su lenguaje.

Entre varios lo detuvieron.

Como esto había sucedido en el pueblo quien debía actuar era el Sherif y por eso lo pusieron preso, a la espera del Juez que pronto llegaría para juzgarlo por intento de asesinato a un soldado defensor de la paz y la libertad.

Cinco largos años transcurrieron y el juez nunca llegó....

CONTINUARÁ....

Una de Vaqueros...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora