— ¿Dónde quedó mi chica salvaje y agresiva, que deja a los chicos en el suelo si le dicen algo o la tocan? —preguntó Harry con una sonrisa, colocando ambas manos, en las mejillas de ella.
—La estás haciendo desaparecer... Lentamente. —contestó ella, con una sonrisa, enfocándose en su verdosa mirada tal cual un bosque iluminado por la luz diurna.
— ¿De verdad? ¿Y eso lo estoy logrando yo solito? —indagó, mirándola con dulzura. —Eso es algo admirable de mi parte. —continuó con su típico tono ególatra y narcisista.
—Que raro tu y tu ego.
—Pero, déjame decirte pequeña parisina. —habló, ignorando el comentario de ella. —Que tu, muy lentamente, estás haciendo desaparecer a ese mujeriego y egocéntrico. —le dijo, con ternura. —Aunque claro, el segundo es como que no se quiere ir. —dijo riéndo.
— ¿Y el primero? ¿Quiere dejar la noche y los gatos?
—Epa, gatos es una palabra muy fea. —musitó él, haciendo girar los ojos de la castaña. —Pero debo admitir que me haces replantear el hecho de estar con otra. Digo, si tengo esto esperándome en casa, no necesito ir a buscar a ningún otro sitio.
—No hay un "casa", entre nosotros dos.
—Bueno, no todavía. —comentó con una sonrisa, besando suavemente los labios de la morena, haciendo que esta, sonría con dulzura, y continuara el juego de labios, cálidos y a la vez armoniosos. —Quédate conmigo, ¿de acuerdo? Solo... No te vayas como todos los demás.
— ¿Me quieres contigo? —preguntó sorprendida, con una sonrisa centellante en el rostro.
—Si, te quiero conmigo. —le contestó, besando sus labios, quedamente.
Con una remera corta suelta de color negro, una pollera blanca con elastico negro, que dejaba ver una parte de su liso abdomen y zapatos de tacón de igual color Charlotte apareció en uno de los pasillos principales de la escuela, siendo inteceptada por Liam, el cual, besó la mejilla de la castaña, y le sonrió abiertamente.
— ¿Cómo anda mi amiga bonita?
— ¿Vas a pedirme que salga devuelta con Brandom? Te digo que no.
— ¿Yo? Claro que no... Además, ¿para qué? Si a la primera oportunidad vas a ir corriendo a los brazos de Hazza. —comentó el chico, haciedo que Charlotte se tornara de un color rosado, mientras esta, le pegaba levemente en el hombro al muchacho.
—Cierra la boca, Liam.
— ¿Qué no es verdad? —preguntó el chico, coon mirada perversa. — ¿Viernes, sábado y domingo juntos? ¿Qué anduvieron haciendo pequeños cerditos? —indagó este, levantando y bajando sus cejas rápidamente, en modo sujestivo.
— ¡Nada, Liam! —exclamó la muchacha, más colorada que antes. —Solo fuimos a pasear un poco. No conozco mucho la ciudad.
—Oh, si claro. Harry te va a hacer recorrer sin duda.
— ¡Eres un idiota! —le gritó ella, golpéandolo con su cartera, y alejándose del castaño.
—No, no te enojes. —musitó con suavidad, tomándola de la mano. —Es que me es totalmente extraño... De parte de los dos.
— ¿De parte de los dos?
—Tu lo "odiabas con todo tu corazón", mientras que él solo "quería una noche contigo". Y ahora, andan como verdaderos novios. ¿De verdad es mentira lo que le dijeron a el Sr. Styles?
—No somos novios.
—No lo parecen. —contraatacó el, caminando hasta el salón de clase.
—No lo somos.
—De acuerdo, si tu lo dices. —finalizó el, mientras se sentaba en su banco, junto a la parisina.
Luego de las cuatro horas matutinas de clase, en la hora del almuerzo, Charlotte se encontraba en el desierto patio del recreo, sentada en la típica mesa de siembre, con su bolso sobre la mesa, y repiqueteando sus uñas contra la superficie llana, ya que las ganas de comer ese día no estaban en ella. Todo lo contrario, tenía el estómago contraído, y lo que menos quería hacer, era ingerir bocado. Resopló, observando la pequeña tarjeta blanca con caligrafía elegante y de color negro una vez más, y resopló.
—Llevo aquí diez minutos, y es la cuarta vez que suspiras.
— ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en la cafetería?
—Lo mismo te pregunto.
—Es que... —comenzó Charlotte pero, antes de que pueda decir algo, el castaño tomó de las manos de la chica, la tarjeta que esta antes tenía y leyó detenidamente.
—Marcos Leton, Diseñador de Modas. —leyó Harry, levantando una ceja. — ¿El de el concurso de fotografía?
—Así es. —respondió ella, tomando la tarjeta de entre sus manos.
— ¿Estás pensando en lo que te dijo? —preguntó el, sentándose en la mesa, mientras que la observaba a ella, sentada en el banco, dudando.
—Tal vez, si.
— ¿Modelo? Eso no me gusta, todo el mundo va a voltearte a ver. —dijo el chico, haciendo reír a la castaña.
— ¿Solo por tus celos?
—Bueno, sería ardiente decir que tengo una novia modelo.
—En primera: no soy tu novia, en segunda: no soy modelo.
—Pero haber, ¿dónde quedó mi abogada salvaje?
—Sigue acá, no voy a dejar mi carrera de abogacía por esto. —contestó ella de inmediato. —Los estudios ante todo.
— ¿Entonces?
—Es que... Cuando era chiquita siempre soñé con ser modelo.
— ¿Estás de chiste?
—No, de verdad. Mi madre me llevó a varios concursos en París. Le encantaba vestirme y peinarme como una princesa.
—Ahora que te veo bien de cerca... No se equivoco ni un poquito en aquello. —dijo el, besando sus labios cortamente. —Pero...
—La abogacía es lo primordial. Convertirme en una doctora en leyes es mi primer meta, y debe ser la única.
— ¿Y por qué no tratas de hacer eso también? Digo, estudio abogacía, y me dedico a la música, la pintura y la fotografía.
—Hazza... Tu no estudias nunca. Eres como un superdotado o algo así, porque sin asistir a clases ni estudiar, apruebas.
—Soy un sexy niño genio. —comentó, haciendo reír a la castaña.
—Pero yo, por desgracia, no soy una niña genio. Necesito estudiar mucho para tener todo cien sobre cien, y hacer otra cosa, me sería muy complicado.
— ¿Y por qué no lo intentas?
— ¿Y bajar mi rendimiento académico? No, ni loca. Ni arriesgarme puedo. —le atajó esta. —Solo fue una idiotez que me pasó por la cabeza, ya pasó. Debo tener los pies en la tierra, soy una estudiante, una futura abogada, no una modelo de Valentino. —dijo ella, arrojando la tarjeta hecha un bollo al piso de la escuela. — ¿Vamos a comer? Me agarró hambre.
—De acuerdo, te alcanzo. Voy al baño primero.
—Está bien. —contestó ella, besando su mejilla y llendo a la cafetería. Y cuando la castaña se alejó lo suficiente, el muchacho tomó el bollito de papel del suelo, y lo estiró, para luego, guardarlo en el bolsillo de su saco.