Noah Domenech
El cuerpo de Carla estaba en aquella camilla, casi inerte, pálida como la pared de aquella habitación, con los pómulos marcados y las mejillas hundidas, casi inexistentes. Unas ojeras verdes marcaban sus ojos, sus labios estaban secos, rajados y su piel parecía papel. Se marcaban los huesos de sus rodillas, los de sus muñecas, sus clavículas y sus codos. Era un saco de huesos dentro de una bata de hospital. Tenía tubos que entraban en su boca, y en sus dos brazos tenía unas vías sujetas por esparadrapo.
El pitido de la máquina comenzó a ir más rápido, cada vez más, hasta que un montón de médicos entraron en la habitación.
—Le aconsejo que se vaya, por favor. —Me dijo la enfermera, poniéndome la mano en el brazo. Yo la miré sin entender.
—¿Por qué?
—Porque se está muriendo.
Me sacaron a rastras, y yo no hacía más que golpear la puerta con desesperación. Y gritaba, pero mis gritos no salían de mi boca. El dolor que me agarraba el pecho era tal que no podía respirar, quería romper la puerta y estar con ella, y curarla y sanarla, porque creía que yo podría hacerlo.
La enfermera salió y se quitó la mascarilla. Sus ojos lo decían.
—Lo siento mucho, pero ha muerto.
Me levanté de golpe de la cama casi con un ataque de ansiedad. Era tan real que aún tenía ese dolor, ese desgarro de creer que Carla había muerto. Estaba sudando, me temblaban las piernas, las manos, tenía el cuello y la espalda tensas, y lo único que quería era ver a Carla.
Salté de la cama y corrí hasta su habitación casi tropezándome, llamando a su puerta con insistencia. Pasaron unos segundos, hasta que una Carla somnolienta abrió con un ojo cerrado.
—¿Qué oc...? —La abracé con fuerza, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello.
—No estás muerta. No lo estás. Estás aquí. —Tragué saliva al decir eso, con la respiración agitada y la boca seca.
—Ay dios mío, ¿pero qué has soñado? —Dijo en voz baja, acariciándome el pelo para tranquilizarme. —Ven, duerme conmigo, vamos. —Dejó que entrase y yo me senté al borde de la cama mientras ella salía a por un vaso de agua, o eso me dijo. Cuando volvió, lo hizo con una de mis camisetas y un vaso de agua en la otra mano. En cuanto me lo dio lo engullí porque tenía la boca como la suela de un zapato. —¿Qué ha pasado?
—Yo... —Cogí la camiseta y me di la vuelta para cambiarme. —Soñé que te morías de una forma que pensé que era real. —Me enfundé la otra camiseta, y sentí el frescor del aire acondicionado azotándome la espalda.
—Ven, vamos, túmbate. —Me tumbé y me abracé a ella, porque aquella imagen no se me iba de la cabeza. —Hasta mañana, cielo.
—Hasta mañana, Carla.
*
Miry, María, Jaume y Quique habían ido al Mercadona a comprar. Más bien a abrir bolsas de patatas y comérselas en el mismo supermercado, pero bueno, qué se le iba a hacer. Yo mientras desayunaba, ponía una loncha de jamón cocido en mi tostada de pan con aceite, y justo cuando fui a cogerla sentí a Carla abrazándome por el cuello.
—Te levantas y no me dices nada. Ni me abrazas, ni me dices buenos días, nada. —Yo no me moví, simplemente miré al frente. —¿Noah? —Pero yo seguí sin moverme. —Noah... —Se separó un poco, y entonces me giré hacia ella asustándola.
ESTÁS LEYENDO
una postal desde barcelona
RomanceTODAS LAS HISTORIAS ESTÁN SUJETAS A COPYRIGHT Y HABRÁ DENUNCIA SI SE ADAPTA O PLAGIA. Tras terminar la carrera de enfermería Carla y sus amigas deciden irse de viaje a Mallorca. En concreto, a Magaluf, lo que supondría sexo, alcohol y esperaba que...