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Carla Martí

La luz que se colaba por la ventana también lo hacía por mis párpados, pero me dolían los ojos y quería seguir durmiendo. Estaba fresca por el ventilador que movía el aire que entraba de fuera, atrayendo y esparciendo el aroma de los pinos húmedos por el rocío de la noche por toda la habitación. Entonces, cuando me disponía a volver a dormirme, noté que algo se movía a mi lado en la cama. Mi corazón casi se sale de mi pecho y di un salto, girándome de golpe. Noah dormía a mi lado con los labios entreabiertos y la cara aplastada contra la almohada. ¿Qué hacía aquí? No lo sabía, pero me arrimé un poco a ella y coloqué su brazo por encima de mi cintura para que así, por lo menos, sintiese lo que era dormir con una persona de esa manera.

Al cabo de unas horas volví a despertarme, y esta vez Noah estaba a mi lado pero con el móvil en su mano. Cuando se dio cuenta de que estaba despierta me dio un beso en la cabeza y se levantó de la cama.

—A desayunar.

*

Aquella noche salimos a cenar y cuando ya todos estábamos preparados para irnos, Noah acababa de llegar después de haberse ausentado durante unas horas por trabajo, y tuvimos que esperarla en el salón. Una de las cosas que me llamaban la atención del estilo y forma de vestir de Noah era cómo era capaz de llevar traje en las situaciones más informales.

Esa noche llevaba un pantalón de pinza azul oscuro, casi negro, unas zapatillas de deporte blancas y una camisa negra. Además, la forma en que María maquillaba a Noah con esas sombras de ojos tan profundas le daban un plus a sus ojos, que ya de por sí eran atractivos.

—Noah, te quedarían genial unos tacones y un vestido, en serio. —Le comentó Miry mientras salíamos por la puerta hacia los coches.

—Los tacones me hacen daño, son incómodos. Y, aunque el personaje de Barnie Stinson fuese un machista, tenía un buen punto; no hay nada que me quede mejor que un traje.

—Tienes razón, no hay nada que te quede mejor que un traje. —Pasé por delante de Noah sonriendo, pellizcándole la mejilla, y me metí en el asiento del copiloto de su coche.

—Noah, tienes una cara de tonta que no se te quita ni a guantazos. —Se burló de ella Jaume, al que dio un empujón para apartarlo de su camino.

—Cállate, anda. —Se metió en el coche y cerró la puerta, poniendo bien el retrovisor. —Oye, ese vestido es precioso. —Me dijo. Yo me estiré un poco la falda del vestido que era algo corta, y coloqué mi pequeño bolsito sobre mis piernas.

—Gracias. Ayer, cuando estabas trabajando, María, Miry y yo nos fuimos de compras a Palma. Me compré este vestido y tres más, además de los otros cinco que me traje. También unos bikinis nuevos, unas blusas preciosas, hasta vaqueros, y, ¿sabes qué? María hizo que me comprase lencería. Pero lencería bonita, incluso tangas. —El vestido era negro, corto, con una pequeña apertura en el muslo y con unas tirantas muy finas. Me di cuenta de que no había parado de mirarme en silencio mientras y hablaba, con la cabeza de lado apoyada en el reposa cabezas, hasta que soltó una risa.

—¿De qué te ríes? —Le di un empujón en el hombro justo cuando arrancó el coche y empezamos a salir por aquél camino de pinos.

—De lo cabrona que es María y de lo bien que te queda todo.

Hicimos el trayecto en silencio con la música puesta hasta que llegamos a Palma. Aparcamos en uno de esos parkings subterráneos del centro, y yo esperaba a Noah mientras guardaba el ticket del aparcamiento en su cartera.

—Carla, ¿puedes guardar mis cosas? —Decía con el móvil, la cartera y las llaves todo en la misma mano.

—Trae. —Abrí el bolsito y lo guardé, cerrándolo. —Podrías traer un bolsito o algo.

una postal desde barcelonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora