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Noah Domenech

—¿Dónde vas hoy? —La voz de mi padre a mis espaldas se me hacía dura y extraña. Más que mi padre, a veces parecía sólo Andreu Domenech y de Sousa, el empresario y no el padre.

Metí en mi mochila la toalla, la crema solar y mi botellín de agua antes de darme la vuelta. Allí estaba, trajeado, afeitado y engominado, cubriendo aquellas canas que comenzaban a salirle con un tinte negro.

—¿Ahora te interesa hacer de padre? —Alcé una ceja con una risa, metiendo también una bolsa con algo de comer para pasar el día. Mi padre suspiró, metiéndose las manos en los bolsillos. —Por cierto, eso de que abras la suite con la llave maestra hace que no tenga ninguna confianza contigo.

—Sólo quería pasar un rato con mi hija. —Me reí irónicamente ante su comentario. Me colgué la mochila al hombro, caminando hacia él.

—Antes de ayer sólo me querías para cenar con tus socios, y ahora esto.

—¡Sólo intento integrarte en el negocio! —Me cogió del brazo apretando un poco. Yo volteé la cabeza para mirar el agarre de sus dedos sobre mi piel, y luego sus ojos. —Eres directora de hotel, para eso te pagué la carrera.

—Ya, papá. Pero yo no soy así, lo estudié porque a ti te gustaba, pero a mí no. Por mucho que viva en esta suite... No, no soy así. —Lo miré de arriba abajo con desprecio, moviendo el brazo para que me soltase. —Ni siquiera estabas en casa cuando era pequeña.

—Intento solucionarlo ahora. —Replicó caminando conmigo hasta la puerta.

—¿Cómo? ¿Llevándome a cenas de negocios para que vea lo importante que eres, papá? —Él se cruzó de brazos, mirándome con el ceño fruncido.

—Noah, déjame al menos enseñarte cómo es este negocio, para que si los planes de tu vida fallan puedas tener algo que te mantenga. —Él cruzó la puerta, dándome un golpe en el hombro. —Ve esta noche a la fiesta. Piénsalo.

—Está bien.

Una vez él se fue, pude bajar en el ascensor tranquilamente. Quería ir a la playa, ponerme debajo de un pino y dormir unas cuantas horas, subirme a las rocas o hacer snorkel un rato. Al pasar por la piscina para ir a la recepción estaban allí Xavi, Sam, Sergio y Pol con las chicas del otro día, Ashley, Cassey, Taylor, Chloé y Carla, ella estaba sentada en una hamaca con la mano sujetándose la barbilla, mientras los ocho reían y tonteaban entre ellos.

—¿Dónde vas, Domenech? —Gritó Sergio. Me acerqué a ellos con una mano en la correa de mi gastada mochila de cuero.

—A Portals Vells, ¿y vosotros?

—Hay una fiesta de la espuma por aquí cerca y vamos a ir. Entrada más cubata cinco euros, ¿no te apetece? —Sam golpeó mi hombro, y yo arrugué la nariz negando.

—¿Qué es Portals Vells? —Carla alzó la voz. Tenía puesto un trikini negro y un pareo blanco atado a la cintura con sus gafas de sol en la cabeza. Aquella chica era preciosa, desde el primer momento en que la vi me lo pareció. Lo único que la hacía diferente es que ella no lo sabía.

—Una cala. Hoy no habrá mucha gente, estamos en mayo y entre semana. —Respondí con media sonrisa. —¿Quieres venir? Voy en moto. —Le sugerí. A Carla se le iluminaron los ojos y asintió rápidamente.

—Vaya, otra vez la monjita nos deja plantadas porque no quiere ir de fiesta. —Se quejó Chloé, bebiendo del mojito que tenía en la mano. Ignoré el comentario y señalé la salida hacia recepción.

—Vamos, Carla, te espero en la puerta.

Pedí un casco de sobra que tenían las recepcionistas guardado para mí, y en pocos minutos Carla estaba en la puerta con una camisola blanca y su bolso color amarillo gualda. Se había recogido el pelo, y ahora sólo despuntaban algunos mechones cayendo por sus mejillas y del moño.

una postal desde barcelonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora