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Recuerden, recuerde, el 20 de enero ;)

Noah Domenech

Ella estaba sentada en la toalla mirando al mar con los ojos cerrados, dejando que el sol bañase su piel como lo venía haciendo desde hacía varios meses. Su piel ahora no tenía nada que ver con la de hace algunos meses. Venía pálida después de haber terminado sus estudios de enfermería, pero ahora estaba completamente bronceada, el contraste entre la zona de su bañador y su piel tostada era casi chocante, al igual que el mío.

Lady Carla, abrázame fuerte. Lady Carla, y cuéntame un cuento. Lady Carla... —Le canté como burla al oído, haciéndola sonreír y al final, reírse.

—Cantas fatal. —Abrió un ojo para mirarme, y yo me levanté de la toalla con el ceño fruncido.

—Pues claro que canto mal. Mi voz es tan grave que recién levantada cualquiera pensaría que soy un camionero que ha parado en una estación de servicio de Navacerrada a tomarse un carajillo. —Di unos cuantos pasos hacia atrás y me choqué con alguien. Me giré rápidamente y vi que era uno de esos chicos que vendían pulseras colgadas en una tabla de madera por la playa, pero al chocarme con él le había tirado todas las pulseras a la arena. —¡Dios! ¡Lo siento! —Le dije agachándome para recoger las pulseras.

—No importa. No, no tiene que agacharse. —Dijo con un acento que no parecía ser español.

—Sí, sí, lo he tirado yo. Toma. —Me levanté del suelo con las pulseras en la mano, aunque me quedé mirándolas. —Carla, mira, ¿quieres una pulsera?

—¡Sí! —Saltó de la toalla y se acercó a nosotros. El hombre puso la tabla en la arena y nos mostró todas las pulseras. Carla se puso de rodillas delante de la tabla.

—¿Tienes mucho trabajo por esta playa? —Pregunté al ver cómo al chico le caían las gotas de sudor por la frente.

—No, es triste. —Intentó buscar las palabras adecuadas para decir eso. —En Es Trenc sí, mucho trabajo. Mucha gente. —Hizo un gesto con la mano para indicarme el bullicio.

—¿Descansas algún día? —Él abrió los ojos y negó rápido.

—Tengo mujer e hijo. No puedo. Un día playa, otro día otra playa, otro día otra. —Hizo un gesto de repetición moviendo el dedo. —Si yo descanso, ellos no comen.

—¿De dónde eres? —Le pregunté con las manos en la cintura.

—Mali. ¿Sabes de Mali? —Asentí levemente. —Cinco años que vine.

—¿Y no has conseguido otro trabajo? —Él negó, pasándose una mano por la frente.

—No me quieren. Dicen que soy viejo, mayor. Pero no me creo eso. —Yo miré a aquél chico, que se volvió a agachar para atender a Carla. ¿Mayor? Ese chico tendría unos treinta y tantos años. Entonces di gracias a ser hija de mi padre, porque quizás Dios sí que existía y que tenía un plan, y me había puesto en el camino de aquél hombre. Qué poético. Después de luchar tanto, llegaría su recompensa.

—Quiero esta y esta, y... Esta para el pie. —Señaló Carla. El chico se agachó y comenzó a desliar las pulseras para colocárselas a Carla.

—Oye, perdona, ¿podrías no irte de aquí? —Le pregunté. Él se levantó de la arena y se sacudió las manos.

—Tengo muchas playas todavía. No tiempo. —Se señaló la muñeca a pesar de que no tenía reloj, sólo una pulsera que más bien era una cuerda deshilachada.

—Oh, te compraré todas las pulseras si te quedas aquí un segundo más. Te lo prometo. —Dije corriendo hasta el bolso de Carla, donde estaba mi móvil.

una postal desde barcelonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora