UN DUO DE LUNÁTICOS

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Tienes que admitir que ese chico, Damian, es raro. Y mucho. Realmente te sorprendes por lo de que te haya llevado a rastras contra tu voluntad.

Mientras recorreis los grandes pasillos de la academia te fijas desde detrás que Damian es realmente ágil. Hasta te cuesta un poco llevarle el ritmo. Se mueve con elegancia y firmeza. Como si fuese a derribar todo obstáculo que se interpusiera en su camino. Pero también es frío. A veces poder leer los sentimientos es útil...

Te saca de tu cabeza el ver al chico parado, dándote la espalda. Un poco más tarde y te hubieras chocado con el niño rico. Te mira de reojo unos segundos y vuelve a caminar, contigo detrás. Si te estuviese mirando vería tu expresión molesta e impaciente.

Cuando un frío se cuela dentro de tí deduces enseguida que váis al campo de fútbol.

"¿El campo de fútbol...? "

Bajais los escalones que hacen de puente con el campo imenso y húmedo y te paras al verlo dirigirse a las gradas con decisión.

"¿Pero que rayos hace...? "

Te muerdes el labio algo furiosa y resoplas para volver a seguirlo.

Damian ya está sentado en las gradas, con la cabeza algo gacha y las cosas de medicina a un lado.

Andas titubeante hacia allí y te sientas a una distancia razonable junto a él.

-Tranquila..., no muerdo...

Esa sonrisilla que te está empezando a molestar le inunda el rostro haciéndote suspirar.

Al ver que no hablas, te agarra el brazo con cuidado y echa unas gotas de alcohol.

-Lo siento - dice él al ver tu mueca de dolor.
Un silencio incómodo cae de pronto sobre vosotros. Crees que si te sigues mordiéndote la lengua unos segundos más te vas a hacer sangre.

-¿En qué estabas pensando? - su tono de reprimenda te hace levantar la cabeza y lanzarle una mirada entre enfado y sorpresa.

-¿A qué te refieres?

Levantas un poco la voz.

El chico detiene el toque del algodón sobre una de las heridas de la muñeca y también levanta la cabeza. Realmente te parece frío.

-Subirte ahí como una lunática, ¿recuerdas? ¿En qué diablos pensabas?

Te sorprede la confianza con la que te habla.

-No lo sé. Era mi instinto quién hablaba... -explicas en voz baja atreviendote a mirarlo directamente a los ojos.

-¿Tu instinto suicida?

Su tono ácido te hace estremecerte.

-Sí... - sonríes traviesa.

-Ya... - murmura volviendo a limpiar la muñeca con el algodón.

Sonríes por dentro y vuelves la mirada a la herida. A los movimientos rápidos y cuidadosos que parecen profesionales de la mano del chico sobre la tuya.
Y se hace el silencio hasta que un profesor os encuentra.








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