-¡Quiero que vayas a ese desfile y captures las mejores tomas de Jade Thirlwall!- Gritó Marcos pegándole a su escritorio y levantándose- Esa chica es perfecta, lleva una carrera de tan solo unos años y medio mundo la ama- Comentaba fascinado- Y tú, Edwards- Señaló a la rubia- Tú tendrás las mejores tomas para nuestra revista, porque confío en tu talento
-Sabes que no me gustan mucho las tomas de los desfiles- Murmuró Perrie jugando con el lapicero que estaba en la mesa de su jefe
-¿En algún momento te he pedido un favor?- Preguntó dándole poca relevancia a lo que ella había dicho- Este es tu trabajo, y mientras yo te llene los bolsillos de billetes creo que no tendrás ningún problema con ello ¿O sí?
Perrie miró al hombre barbudo, sin embargo guapo, contempló la anchura de sus hombros, sus ojos cafés y su cabello siempre tan bien peinado; su típico traje de ejecutivo, se excusaba que siempre debía estar elegante para cualquier cosa que se presentase en el mundo del entretenimiento.
Marcos tenía suma confianza en Perrie, que a pesar de sus 22 años y su corta trayectoria en el mundo de la fotografía guardaba un gran talento que pocas personas habían notado, a excepción de Marcos, para él ella era su arma secreta, su mayor posesión. Para la rubia él era un ejemplo a seguir, un buen jefe, incluso lo veía de manera fraterna, le podía pedir favores y sabía que el hombre le ayudaría en lo que pudiese.
Perrie tomó la revista que antes veía marcos donde estaba de portada la famosa modelo y actriz Jade Thirlwall. Todos hablaban de ella, pero era la primera vez que Perrie la veía, se enfocó en la impresión que tenía entre sus manos, detalló los labios de la muchacha, que con tan solo 20 años le robaba los suspiros a todos. En la fotografía la modelo estaba sería, la rubia tocó el papel repasando sus ojos, era una mujer en verdad atractiva, pensó Perrie.
Marcos se apoyó en el escritorio frente a su aprendiz y analizó la manera en la cual la chica de ojos azules apreciaba la mujer que lucía su belleza en una revista, ahí él supo que ella aceptaría el trabajo. Perrie se sentía inquieta con la mujer, había algo que la cautivaba y atraía hacia la menor, y no sabía que. El hombre le arrebató la revista a la joven haciéndola fruncir el ceño.
-No me sorprende tu reacción hacia Thirlwall, es una mujer realmente bella- Dijo él, haciendo a Perrie fruncir más el ceño- Aceptarás ¿No es así?
Perrie no quería aceptar su derrota tan prontamente frente al mayor que ahora la veía con una sonrisa triunfante, pero no tenía opción, en verdad quería el trabajo, quería ver a esa morena que la dejó pensando únicamente al ver su retrato en una pobre fotografía.
-¿De cuánto dinero hablamos?- Dijo la rubia recargándose en el sillón y sacando un cigarro, que el mayor le arrebató de la mano y jugó con el
-Depende de lo que me traigas, obviamente- Respondió suavemente- Quiero lo mejor de ti, Edwards, y quiero lo mejor de ella- Murmuró sonriente.
-Lo tendrás, como siempre- Admitió la rubia mientras volvía a tomar su cigarro- Ahora, con tu permiso...
-Hazlo en tu oficina- Le interrumpió el hombre, la rubia gruñó y se fue a su lugar de trabajo.
Abrió la puerta y vio todo desorganizado, pero no le importó, solo suspiró para luego perderse en la silla de su escritorio. Dio una buena calada al cigarro que estaba en su boca y sintió como su cuerpo entero se relajaba ante la dulce droga legal. Empezó a organizar su escritorio ya que debía entregar varios informes para dentro de una hora.
Perrie Edwards era una amateur para muchos, pero en realidad era un fenómeno para la fotografía, sus tomas eran las mejores, y a ella no le importaba venderlas a un fotógrafo novato por el doble de lo que costaría, podría tomar más y saldrían incluso mejores. Vivía bien en su apartamento, no precisamente lujoso pero a ella le gustaba, era cálido, espacioso y en un sector de la ciudad sumamente favorable. Llevaba una vida que muchos otros desearían, sus cámaras y ellas eran una sola, en cuanto a lo sentimental no se quejaba, la rubia era preciosa podría tener a cualquier persona entre sus piernas y dejarla a la mañana siguiente. Había algo que le gustaba a la gente de Perrie, su misterio, sus ojos tan profundos, ese cabello largo y rubio y esa piel blanca salpicada por pecas.