25-Viernes.

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La niebla era tan densa en el bulevar de la Rédoute, que creí prudente caminar

pegado a los muros del Cuartel; a mi derecha los faros de los autos arrojaban

hacia adelante una luz mojada; era imposible saber dónde concluía la acera.

Había gente a mi alrededor; yo oía el ruido de sus pasos, por momentos el ligero

zumbido de sus palabras;

—¡Uf! — dijo el hombre.

Había tomado una valija del perchero. Salieron; los vi hundirse en la niebla.

—Son artistas —me dijo el mozo trayéndome el café—; son los que hicieron el

número de entreacto en el Cine Palace. La mujer se venda los ojos y lee el

nombre y la edad de los espectadores. Hoy se van porque es viernes y el

programa cambia.

Fue a buscar un plato de medias lunas de la mesa que acababan de dejar los

artistas. —No vale la pena.

No tenía ganas de comer esas medias lunas. —Tengo que apagar la luz. Dos

lámparas para un solo cliente a las nueve de la mañana: el patrón me regañaría.

La penumbra invadió el café. Una débil claridad embadurnada de gris y

pardo caía ahora de los altos vidrios.

—Quisiera ver al señor Fasquelle. No había visto entrar a la vieja. Una

bocanada de aire helado me hizo estremecer.

El señor Fasquelle no ha bajado todavía.

—Me manda la señora Florent —continuó la vieja — No vendrá hoy.

Mme. Florent es la cajera, la pelirroja.

—Este tiempo —dijo— es malo para su vientre. El mozo adoptó un aire

importante:

—Es la niebla —respondió—; como el señor Fasquelle: me sorprende que no

haya bajado. Lo llamaron por teléfono. Por lo general baja a las ocho.

Maquinalmente la vieja miró el cielo raso:

—¿Está arriba?

—Sí, ése es su cuarto.

La vieja dijo, con voz lenta, como si hablara consigo misma: —Podría ser que

estuviera muerto ...

—¡Bueno!—.El rostro del mozo expresó la más viva indignación —. ¡Bueno!

Gracias.

Podría ser que estuviera muerto ... Este pensamiento me había rozado. Es del

tipo de ideas que a uno se le ocurren en tiempo brumoso.

La vieja partió. Debería haberla imitado; el local estaba frío y oscuro. La niebla

se filtraba por debajo de la puerta; subiría lentamente y lo anegaría todo. En la

biblioteca municipal hubiera encontrado luz y fuego.

Otro rostro vino a aplastarse contra el vidrio; hacía muecas.

—Espera un poco—dijo el mozo colérico, y salió corriendo.

El rostro se borró, me quedé solo. Me reproché amargamente haber salido de

mi cuarto. Ahora la niebla lo habría invadido; me daría miedo volver.

La Náusea - Jean Paul Sartre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora