36-Martes, en Bouville.

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¿Es esto la libertad? A mis pies los jardines descienden blandamente hacia la

ciudad, y en cada jardín se levanta una casa. Veo el mar, pesado, inmóvil; veo a

Bouville. Hace buen tiempo.

Soy libre: no me queda ninguna razón para vivir, todas las que probé

aflojaron y ya no puedo imaginar otras. Todavía soy bastante joven, todavía

tengo fuerzas bastantes para volver a empezar. ¿Pero qué es lo que hay que

empezar? Sólo ahora comprendo cuánto había contado con Anny para salvarme,

en lo más fuerte de mis terrores, de mis náuseas. Mi pasado ha muerto, M. de

Rollebon ha muerto, Anny volvió para quitarme toda esperanza. Estoy solo en

esta calle blanca bordeada de jardines. Sólo y libre. Pero esta libertad se parece

un poco a la muerte.

Hoy mi vida llega a su fin. Mañana habré dejado esta ciudad que se extiende a

mis pies, donde viví tanto tiempo. Ya no serás más que un nombre, rechoncho,

burgués, muy francés, un nombre en mi memoria, menos rico que los de

Florencia o Bagdad. Llegará una época en que me pregunte: "Pero cuando estaba

en Bouville, ¿qué podía hacer durante todo el día?" Y de este sol, de esta tarde,

no quedará nada, ni siquiera un recuerdo.

Toda mi vida está detrás de mí. La veo entera, veo su forma, veo los lentos

movimientos que me han traído hasta aquí. Hay pocas cosas que decir de ella:

una partida perdida, eso es todo. Hace tres años que entré en Bouville,

solemnemente. Había perdido la primera vuelta. Quise jugar la segunda y

también perdí; perdí la partida. Al mismo tiempo, supe que siempre se pierde.

Sólo los cochinos creen ganar. Ahora voy a hacer como Anny, me sobreviviré.

Comer, dormir. Dormir, comer. Existir lentamente, dulcemente, como esos

árboles, como un charco de agua, como el asiento rojo del tranvía.

La Náusea me concede una corta tregua. Pero sé que volverá; es mi estado

normal. Sólo que hoy mi cuerpo está demasiado agotado para soportarla,

También los enfermos tienen afortunadas debilidades que les quitan, por algunas

horas, la conciencia de su mal. Me aburro, eso es todo. De vez en cuando bostezo

tan fuerte que las lágrimas me ruedan por las mejillas. Es un aburrimiento

profundo, profundo, el corazón profundo de la existencia, la materia misma de

que estoy hecho. No me descuido, por el contrario; esta mañana tomé un baño,

me afeité. Sólo que cuando pienso en todos esos pequeños actos cuidadosos, no

comprendo cómo pude ejecutarlos; son tan vanos. Sin duda el hábito los ejecuta

por mí. Los hábitos no están muertos, continúan afanándose, tejiendo muy

despacito, insidiosamente, sus tramas; me lavan, me secan, me visten, como

nodrizas. ¿Habrán sido ellos, también, los que me trajeron a esta colina? Ya no

La Náusea - Jean Paul Sartre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora