Capítulo veinte | Farewell and goodnight

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Había sido un momento muy extraño para todos, más de lo que creyó que podría ser. Ver a uno de ellos tan frágil que en cualquier momento podría romperse, era algo a lo que no estaban acostumbrados ni quisieran estarlo. Ninguno había pasado por algo similar y no podían asimilar la pesadez con la cual Silver estaba cargando.

Fue un silencio largo, frío y un tanto estremecedor. Donde intercambiaron miradas preguntándose qué debían ser, pero a pesar de que más de uno quería actuar, sus cuerpos no se movían.

Fred intentó hablar después de recordarse como el más cercano a la chica pero fue callado por ella, quien solo se apresuró a decir que necesitaba volver a casa; como si pudiese hacer algo para remediar lo que le acababan de informar por medio de una llamada telefónica de la cual esperaba la típica charla de las noches que sus padres y ella tenían siempre. Tal vez, en un momento de negación, intentó imaginar que todo eso se trataba de una broma de mal gusto, o de una pesadilla que pronto terminaría. Pero en el instante en el que el rubio se acercó a ella, de una forma protectora y que, con cierto impulso que no puede explicar, causó que quisiera abrazarle; Silver comenzó a llorar.

Ahí, en la sala ante las miradas de los demás quienes probablemente le miraban con pena; y ella detestaba eso, en verdad detestaba llorar y que los demás sintieran lástima. Pero soportar aquello solo lograría herirla más de lo que ya estaba.

Los demás comenzaron a moverse alrededor de ellos, buscando qué hacer. Todos y cada uno de ellos le recibieron con los brazos abiertos y una que otra palabra de apoyo que no sabía cómo tomar, porque aunque eran dichas de corazón, no podía sentirse mejor.

Fue una noche repleta de silencio que de vez en cuando era llenado por una tonta broma de Oliver en un vago intento de distraerla mientras cenaban comida congelada y esperaban a que se acercara la hora de dormir.

Fred durmió junto a ella esa noche. Silver no lo pidió pero tampoco se negó. Solo sintieron que debía ser así.

Y el rubio supo por qué cuando la nostalgia le atacó, recordando aquellos llantos que le causaba a Silver siempre que estaban en casa y atrapaba a alguna rana para poder perseguirla con ella. Él tenía alrededor de ocho años y Silver cuatro. Siempre buscó alguna manera de molestarla hasta causar su llanto; y la rana siempre funcionaba, solo eso. Ni siquiera cuando él no la dejaba jugar con él y ni con Wesley, ni siquiera la vez que se cayó cerca de la piscina porque tropezó con los autos que él dejó ahí y se cortó la rodilla. Ni cuando le contaba historias de miedo para después espantarla con alguna máscara puesta en el baño.

Hacerle llorar era tan difícil que solía creer que su corazón era de piedra.

Ver a Silver vulnerable fue como traer de vuelta a esa niña con terror a las ranas, una Silver que creyó nunca más ver; pero no era satisfactorio como cuando eran niños.

Quizá si él le tuviese miedo a las ranas entendiera por qué ella actuaba como lo hacía. Pero, de cierto modo, entendía lo que significaba perder a su madre. Intentó multiplicar por cien lo que él sentía al respecto; recordando lo mucho que Silver quiere a sus padres y lo cercana que era a ellos.

Casi inaudible, y ocultándose entre las sábanas. Intentó compartir el dolor. Abrazándola por detrás, como cuando los obligaban a dormir cuando las fiestas de los mayores se alargaban e inconscientemente lograban esa posición; queriendo, quizá, poder hacer la carga un poco menos pesada.

*

—No puedo bajar—susurró al tocar el barandal de la escalera de su casa como si éste quemara. Su espalda golpeó con alguien, miró hacia arriba encontrándose con Oliver—. No puedo—le enfatizó.

Todo lo que quiero [ACR #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora