Capítulo ocho | Better off without you

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—Fue extraño, creo que fue como arrancarte una bandita sin pensarlo con cuidado. Es un dolor que te oprime el pecho; hace que te ardan las mejillas y te ahoga aunque sabes que puedes respirar... Y sabes que todo eso acabará hasta que termines de vomitar todo lo que te guardas porque bien sabes que no hay vuelta atrás: A veces, es bueno explotar, te liberas. Pero que algo acabe no significa que toda tu vida termine, ¿no? Tal vez es un inicio triste de algo nuevo—suspiró—. ¿Qué opinas de alguien que cuando habla de amor, automáticamente piensa en dolor? ¿No crees que es paranoico? Un poco cobarde... tal vez—no hizo una pausa pues parecía responderse a sí mismo. Ella solo le miró confundida por comenzar a hablar de algo a lo que era ajena cuando le dijo que no podía estar ahí con la bebida—. Tiraré la limonada —suspiró al ver la extrañada expresión de la chica, quien parecía estudiarlo como si fuera un espécimen raro.

—A veces las personas son difíciles de amar—le respondió acercando su mano a su brazo, lo tocó e hizo que diera un paso hacia atrás—. Y otras veces se hacen las difíciles: Te diría que si alguien te hace sentir que es muy difícil amarla...—frunció sus labios—, entonces no pierdas el tiempo—resopló—. Pero todo es muy ambiguo, no todos somos iguales y no todos los consejos se pueden tomar.

—Gracias por responder, no tenías por qué—le miró de reojo. Beth se encogió de hombros y siguió mirando la pintura.

—La verdad es que mis compañeros y yo estamos apostando sobre la razón por la cual has estado casi una hora viendo un retrato de un niño mientras bebes una lata de limonada que se supone no podías meter aquí—sonrió—. Si me dices que es porque siempre soñaste con ser pintor pero realmente eres malo... y tiras a lata a la basura—la señaló—, te lo agradecería bastante.

Fred levantó una ceja, Beth asintió queriendo que él riera por la broma; el rubio miró por encima de sus hombros a un trío de empleados del museo que los observaban con atención, y rió también negando con su cabeza.

—No—miró de nuevo la pintura y le dio un sorbo a su limonada—. Es solo un día triste.

—¿Muy, muy triste? Lamento escuchar eso.

—Terminé con el amor de mi vida porque me di cuenta de que me hacía más daño que bien, un poco tarde pero—frunció los labios—, ni qué hacer. Quizá me dé cuenta de que estoy mejor sin ella, no lo sé... Lo dije, me puse de pie, me pidió que no me fuera y aun así lo hice, creo que eso significa algo...—cerró sus ojos—. No tienes por qué escuchar esto—le miró.

—No todos los días escuchas a un corazón roto.

—Muerto.

—Mmh. ¿Has leído esa cita? Encuentra lo que ames y deja que te mate—comentó, esperó a que Fred dijera algo pero él apenas si se inmutó—. Si lo ves desde tu perspectiva quizá te haga sentir un poco mejor.

—¿De quién es?

—Te dejo de tarea que investigues eso, ahora, necesito que salga de aquí porque cerraremos en breve—le advirtió.

—Me llamo Frederick—dijo como un saludo, abandonando esa cierta aflicción de hace momentos—. Lamento hacerte perder la apuesta.

—Igual les diré que tengo razón—se encogió de hombros—. Un gusto, Frederick, chico de la limonada.

—En realidad, detesto la limonada pero hoy hice una excepción—suspiró—. Adiós—dio un par de pasos en reversa despidiéndose con la mano en la cual llevaba la bebida, la chica simplemente giró sobre sus talones haciendo el mismo gesto mientras veía como se alejaba.

Fred dio media vuelta, caminó hasta la salida de la exhibición donde los tres compañeros de Beth le observaban. Les sonrió con gentileza y salió.

Todo lo que quiero [ACR #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora