Legolas se despertó al oler a quemado. Arrugó la nariz y abrió los ojos y entonces vio una pila de cuerpos que ardían a varias yardas, delante de él. La brisa de la tarde hizo que el humo le llegara a la cara, haciendo que se le revolviera el estómago. Y, para su horror, parte del olor venía de su propia carne quemada.
El elfo miró hacia abajo y finalmente se dio cuenta de que habían cortado sus ataduras y de que yacía sobre su costado entre la hierba alta. Seguía desnudo, pero los Haradrim habían cubierto su cuerpo con una manta de caballo. Y de dichos hombres no había señales. Legolas estaba solo.
Con las manos temblorosas apartó la manta y examinó sus heridas. Lo que habían escrito con el atizador ardiente estaba por todo su cuerpo, pero tenía la vista demasiado borrosa como para leerlo. Había más letras por sus brazos y piernas, pero no recordaba cuándo le habían quemado las extremidades. Debían habérselo hecho cuando se había desmayado por la agonía.
Con mucha dificultad se las arregló para ponerse en pie. Haciendo una mueca al cubrirse mejor con la manta, Legolas se acercó a la pila ardiente. Para su tristeza, se dio cuenta de que se trataba de los cuerpos de sus escoltas, mezclados con los Haradrim muertos.
Alejándose del calor del fuego, Legolas comenzó a buscar sus armas, pero sin éxito. Casi no pudo contener las lágrimas. Perder el magnífico arco de Galadriel era devastador, pero perder las dagas que le había dado Keldarion le resultaba insoportable. Era el mejor recuerdo que le quedaba de su hermano, aquel que había salvado su vida y la de otros incontables veces.
Tras mirar hacia la pila una última vez, Legolas comenzó su camino a pie hacia Minas Tirith. Mientras tanto, las estrellas empezaban a aparecer en el cielo para iluminar su camino.
El Príncipe Imrahil no estaba de buen humor esa noche. Tras el concilio, había cabalgado hacia Dol Amroth, y solo para que su caballo perdiera una herradura tras una legua de viaje. Como resultado, él y su tropa tuvieron que volver a Minas Tirith para solucionar el problema. Y finalmente había perdido más tiempo en los establos buscando una herradura apropiada para su caballo de Rohan.
Imrahil había recibido el caballo como regalo de su yerno, el Rey Éomer, cuando se había casado con su única hija, Lothiriel. Los Rohirrim usaban herraduras especiales para sus caballos y Gondor no tenía repuestos, así que Imrahil tuvo que esperar un par de horas más hasta que forjaron una. Para entonces, ya estaba pensando en despedir al jefe de sus establos cuando volviera a casa.
Al menos Aragorn le había invitado a cenar. Imrahil había aceptado inmediatamente y se había arrepentido al instante. El rey había estado callado y taciturno como si su mejor amigo acabara de morir. Ni siquiera las amables sonrisas de Arwen y su don para la conversación consiguieron animar su espíritu. Al ver al rey tan miserable y saber que parte de ello se debía a cierto príncipe elfo le hizo desear estar en cualquier otra parte para escapar de la pesada atmósfera.
Cuando volvió a los establos deseaba con todas sus fuerzas que ya hubieran resuelto el problema con su caballo. ¡Y si no, encontraría la forma de despedir también al jefe de los establos de Gondor!
Entonces, una conmoción repentina más adelante llamó su atención. Estiró el cuello para ver mejor y vio una cabeza dorada familiar entre la multitud que comenzaba a formarse. El corazón de Imrahil se aceleró al instante.
"¡Es Lord Legolas!"
"¿Qué le ha ocurrido?"
"¿Se encuentra bien?"
La gente murmuraba, aturdida, al ver la figura que avanzaba tambaleante hacia la entrada de la ciudadela, envuelta en una manta. Imrahil se abrió paso y se detuvo de golpe justo delante del elfo.
"¿Legolas?" –preguntó, alarmado, al ver al elfo en tales condiciones.
Legolas alzó la mirada del suelo y la fijó en el hombre.
"Tengo que... ver al rey. Le traigo... un mensaje."
Imrahil tardó un poco en reaccionar, pero luego envolvió un brazo alrededor del elfo y le gritó a la multitud:
"¡Vuelvan a sus asuntos! ¡Aquí no hay nada que ver!"
Los espectadores se dispersaron a regañadientes, todavía susurrando, mientras que Imrahil conducía a Legolas a la ciudadela. Cuando llegaron a la seguridad de los blancos muros, Imrahil demandó inmediatamente una audiencia con el rey.
"Dile que lo esperamos en la sala que está al lado de la recepción" –les dijo Imrahil a los guardias mientras guiaba a Legolas a dicha sala.
Legolas estaba a punto de colapsar, pero se negaba a sentarse. Permaneció allí de pie, balanceándose levemente y esperó a que Aragorn apareciera. Imrahil lo observaba con cautela, preparado para sujetarlo si se caía.
Aragorn llegó corriendo varios minutos después, pues el nerviosismo en las voces de los guardias le había hecho apresurarse.
"¿Legolas?" –el rey palideció al instante en el que vio a su amigo. Supo inmediatamente que algo horrible había ocurrido.
"Te traigo un mensaje... de los Haradrim" –dijo Legolas, con la mirada fija en el suelo.
Imrahil y Aragorn se miraron, curiosos y ansiosos a la vez.
"¿Qué mensaje?" –preguntó Aragorn, cada vez más preocupado por la falta de expresión en el rostro de Legolas.
El elfo alzó finalmente la mirada y la fijó en el rey.
"Yo soy el mensaje."
Sin el recato que normalmente tenía, Legolas se descubrió los hombros y dejó que la manta cayera al suelo, revelando su cuerpo ante la mirada de los dos hombres.
Imrahil jadeó, mientras que Aragorn abrió los ojos como platos.
"Ay, Elbereth..."
Entonces se produjo un largo silencio que nadie se atrevió a romper. Los hombres estaban tan aturdidos que no podían hacer más que mirar las horribles letras quemadas en el cuerpo del elfo.
A Legolas comenzó a nublársele la vista a la vez que sentía la cabeza cada vez más ligera. Comenzó a temblar y a sentir náuseas. No podía soportarlo más. Se le pusieron los ojos en blanco y se derrumbó.
"¡Legolas!"
Los dos hombres reaccionaron a la vez y se arrodillaron rápidamente al lado del elfo inconsciente. Lágrimas de furia y tristeza llenaban los ojos de Aragorn cuando abrazó el cuerpo inmóvil de Legolas.
"Ay, Legolas. Legolas..." –murmuraba el rey mientras se balanceaba con él sobre sus rodillas.
Imrahil recogió la manta y volvió a cubrir al elfo.
"Lord Aragorn –dijo, apretándole el hombro-. Debemos atenderle."
Aragorn alzó la mirada e Imrahil se estremeció al ver la furia en los ojos del rey.
"Yo lo cuidaré –dijo, con los dientes apretados e intentando contener la ira-. Pero quiero que hagas algo por mí. ¡Reúne a tus mejores guerreros y mata a los Haradrim!"
"¿Pero qué pasa con el mensaje...?"
"¡No me importa! –gritó Aragorn-. ¡Acaba con todos ellos! ¡Y tráeme sus cabezas!"
¡Ooooh! Pobre Legolas. Pero al menos ya Aragorn olvidó su mal humor al verlo así y ahora quiere venganza :)
¿Cómo reaccionará Legolas ante la nueva humillación que ha sufrido?
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Problemas en Telcontar
FanfictionTelcontar, la casa dirigida por Elessar, es amenazada por los Haradrim. El Rey de Gondor necesita toda la ayuda que pueda conseguir para resolverlo, pero parece ser que Legolas tiene sus propios problemas con los que lidiar