23. IRIA

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On the road again. Parecía el titulo de una peli de serie B americana. Así era mi vida. Menos mal que Sergio se lo había tomado con tranquilidad y llevábamos unos días de poca carretera, y ese día apenas haríamos doscientos kilómetros.

Me enfadé mucho cuando finalmente me confesó nuestro destino y resultó que íbamos a pasar la Costa del Sol de largo y me iba a quedar sin ver Marbella, Puerto Banús y todos los lugares de lujo de la costa de la jet set. Exactamente igual como cuando me había enfadado al sugerirle acercarnos a la Cala San Pedro, ya que estábamos cerca, a conocer a mi hermana la perroflauta, como él la había llamado, aunque yo estaba segura de que era una hippie inofensiva.

Había intentado convencerlo de que eran gente que vivían sin comunicación con el mundo exterior y que nadie nos buscaría allí, y ni siquiera teníamos que decirle quiénes éramos. Pero no se dignó a adornar su tajante «no» con ninguna explicación.

Detestaba como me manejaba escudándose en las bromitas y las pullas, la verdad. Porque no me había mentido, quería desayunar tranquilo y yo solo se lo hubiera impedido intentado llevarle la contraria. «Maldito enano mandón e irritante». Cuando creía que manejaba la situación era una falsa ilusión creada por él mismo, porque la realidad era que siempre me llevaba la delantera.

Llegamos a la línea de la Concepción un poco antes de la una de la tarde. Esta vez me llevó a un Holliday Inn que estaba genial. Sonrió ufano con la cara que puse al llegar a la habitación. El hotel de Nerja me había encantado y más después de las pensiones de mala muerte a las que me había llevado. Este sin embargo era enorme y muy nuevo, y me pareció más un cuatro estrellas que uno de tres y mira que yo entendía de hoteles. Situado más cerca de Algeciras que de la Línea, estaba en mitad de una zona industrial junto a la carretera. Era el típico hotel de convenciones o para la clase de gente que suele viajar por negocios.

Después de instalarnos Sergio decidió que fuéramos de tapas al centro de la Línea. Comimos un pecado delicioso en una tasca de lo que parecía un barrio de pescadores y en un momento dado me recordó mucho a mi tierra. Eso sí, con mucho más sol y los parroquianos muy habladores y chistosos. Al principio me tomaron por gibraltareña, pero una vez les aclaré que era gallega rieron con una mezcla de jolgorio y orgullo patrio haciendo mención a las diferencias ―en realidad me sentí como si mi cuerpo fuera una viñeta de «busca las diferencias»― y comparando el producto nacional frente al británico. Algunos viejos me soltaron toda suerte de piropos y hasta Sergio en un momento dado se tensó, pero enseguida se dio cuenta de que eran bromas inocentes y terminó sonriendo por sus ocurrencias.

El más gracioso había sido un hombre muy mayor que al ir al baño por tercera vez desde que estábamos allí se me acercó y, sin ninguna vergüenza, se plantó entre Sergio y yo dando pequeños pasitos y me soltó: «Shiquiiilla, ¿qué hace un mujerón como tú con un sieso como este?, vente conmigo y va a ve tu hoy lo que es de verdad un cielo estrellao.

«Estrellao va a terminá tú, Manué ―le contestó el que estaba detrás de la barra―, como la Patro se entere que andas molestándome a las clientas».

Y todos sin excepción, incluso Sergio, se rieron durante un rato.

Cuando terminamos de comer paseamos en silencio por el paseo marítimo de un lugar llamado Playa de Poniente y disfruté de la brisa y del olor a mar. Sergio no dejó de observar mi pelo alborotado por el viento, hasta que me lo recogí. No pude evitar fijarme en como apretó la mandíbula, como si no quisiera que lo hubiera hecho, pero ninguno de los dos dijo nada.

Sobre las cinco nos fuimos al hotel a no hacer nada. Again, como decía siempre Álex, o debería decir a regodearnos un poco más en el día de la marmota. Deus, como echaba de menos a mis dos loquitas.

TE PROTEGERÉ CON MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora