12. SERGIO

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Al despertar miré el móvil como cada mañana y vi que tenía un par de mensajes de Raúl de la noche anterior. El último era de las dos de la madrugada. Menuda nochecita se había chupado el pobre.

        Raúl Macías Br E

        Todo controlado. El novio ha confesado, Iria se ha desahogado y está más tranquila.

       Creo que quedará en una riña de enamorados.

        Por lo visto el muy tonto se emborrachó y se dio un par de besos con la gemela y está más              hecho polvo que ella.

         Deberías leer los mensajes del pobre imbécil. Iria pasó de querer descuartizarlo a darle                     pena. En fin. Espero que lo arreglen.

Y una mierda, yo esperaba que Iria lo mandara al carajo en gallego, como tanto repetía. No era una cuestión de hubo sexo o no hubo sexo, era una cuestión de lealtad. Además todo es empezar, si hoy es un beso mañana es un beso y un abrazo y pasado le estará metiendo la polla hasta el fondo. Por eso yo no podía volver a tener una pareja. Ya no era leal a nada y mucho menos a las mujeres. Cada día que pasaba lo tenía más claro nunca me volvería a dejar embaucar para que me volvieran a destrozar. De ninguna manera.

Aquello me estaba removiendo sentimientos que había conseguido reprimir hacía mucho tiempo. Y por si fuera poco, toda aquella historia me hacía sentirme extrañamente unido a Iria. Tiene gracia la cosa. Unidos por la deslealtad. Podíamos formar una especie de club de gilipollas engañados. Noté como un sentimiento de afecto me invadía de nuevo. ¿Y qué coño me importaba lo que le pasase a esa mocosa?

Una imagen de Raúl consolándola me vino a la mente de forma muy inconveniente. Agustín tenía razón, Raúl era un blando. Puede que ella fuera una chica alegre y extrovertida y estaba lejos del tipo de persona a la que se supone que debe escoltar un policía. Pero no pensaba meterme como había hecho él, aunque en el fondo confiaba en que Iria no fuera tan tonta como para creerse el cuento y perdonar a su novio así, sin más.

Volví en mí de repente, ese no era mi problema. Ni siquiera Iria era mi problema. Tenía que dejar de pensar en ella como en alguien conocido. Protegerla y punto, ese era mi verdadero problema.

Me desperecé y me vestí con ropa de deporte. Casi cada mañana salía una hora o más a correr. Pasaba del gimnasio y necesitaba mantenerme en forma. El caso es que llevaba ya dos días que entre una cosa y otra no conseguía tener tiempo. A la vuelta haría la compra y reanudaría mi búsqueda de apartamento. Sabía que podía quedarme en aquel piso el tiempo que quisiera, pero necesitaba disponer de un espacio que sentir como propio. Aquello era como estar en un hotel.

El móvil empezó a sonar y pensé ¿y ahora qué?

―Subinspector Betancourt.

―Sergio, soy el inspector Camacho. Hoy debes hacer doble turno. Olga ha tenido un accidente de tráfico.

Me quedé helado, tuve aquella sensación de fatalidad que conocía tan bien y por un momento no supe cómo reaccionar.

―¿E-ella está bien?

―Sí, sí, tranquilo, está perfectamente, pero la dejan ingresada porque a pesar del casco se ha dado un buen golpe en la cabeza. Ya sabes cómo va, es solo por puro protocolo. En realidad ha pedido el alta voluntaria, ya la conoces, pero su familia la ha convencido para que se quede veinticuatro horas en observación.

El alivio me inundó y me di cuenta de que había dejado de respirar.

―¿En qué hospital está? Tenemos amigos en común que estoy seguro de que querrán saber cómo está.

TE PROTEGERÉ CON MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora