22. SERGIO

5.2K 401 5
                                    




Era una situación extraña. De lo más extraña. Llevábamos ya tres días viajando por el sur de España. Compartiendo cama, pero nada de sexo ni confidencias y mucho menos roces. Salvo esa mañana. Habíamos despertado enredados en las sabanas y entre nosotros. En algún momento de la noche nos habíamos acercado y una cosa llevó a la otra, yo desde luego no fui consciente.

Iria se despertó primero y al hacerlo dio tal respingo que terminó despertándome a mí. Resulta que estábamos en mi postura favorita. Sí, haciendo la cucharita, solo que yo estaba empalmado como un becerro y una de mis manos le cubría un pecho por encima de la camiseta, menos mal. Se levantó de un salto y corrió hacia el baño colorada como un tomate y me reí de ella durante media hora seguida. Terminó harta y cuando noté que su irritación alcanzaba cotas estratosféricas tuve que parar y disimular para que la cosa no terminase mal.

Habíamos recorrido media Andalucía por la costa y había tenido cuidado de llevarla a sitios tranquilos, pero decentes. Iria no se merecía ni tocar de refilón el mundo sórdido de pensiones con habitaciones por horas ni hostales sucios en barrios malos, que era lo que en un principio me había planteado para pasar desapercibidos.

Me estaba volviendo blando. Cada día que pasaba me acordaba de Raúl y empezaba a entenderlo un poco más. Iria te inspiraba esa necesidad. Necesidad de cuidarla y protegerla de todos y de todo. Casi me di de leches cuando aquel tío de Murcia nos trató como lo que no éramos. Aunque en realidad fuera lo que teníamos que fingir me resultó incómodo y sucio. Lo peor es que ella se sintió igual de mal y lo disimuló intentando poner humor a la situación. Y eso puso de manifiesto que lo que yo solía tener últimamente con aquellas mujeres también era algo sucio. Eso me hizo pensar, y no es que me gustase pensar.

Pero lo que no podía evitar era mirar a Iria de forma diferente. Ella era diferente. «Carne de novio», me vino a la cabeza a la vez que un escalofrío me recorría. «Alguien a quien respetar, amar y proteger». El escalofrío volvió con más fuerza. Tenía que alejar tales cosas de mis pensamientos. Yo era su escolta, ella un objetivo al que proteger. No había nada más en lo que pensar. Por mucho que a esas alturas tuviera claro que quería acóstame con ella a toda costa, lo que tenía gracia porque llevábamos durmiendo juntos en la misma cama tres noches. Y salvo lo ocurrido aquella mañana me había convertido en una especie de samurái de la castidad.

―¿Te queda mucho?

―No, ya voy. ¿No puedes esperar abajo?

―Si pudiera ya estaría abajo. Se nos va a pasar el desayuno.

―Si estás todo el rato preguntando y mirándome no puedo concentrarme en arreglarme. Mira que eres pesadito.

Esa mañana habíamos amanecido en Nerja en un bonito hotel boutique. Iria me había explicado el concepto. Eran hoteles de ambiente moderno y diseño sofisticado, normalmente situados en núcleos urbanos y que tienen un servicio altamente personalizado. En resumen, un hotel pequeño que antes había sido malo, ahora era bueno y sobre todo caro de cojones.

La observé ponerse crema en la cara y peinarse. El lavabo estaba en una de las paredes de la habitación. Era de diseño moderno, una pila cuadrada sobre una encimera de madera de teca sobre la que destacaba un gran espejo. El gesto de Iria al ver la habitación toda decorada en blanco con un pequeño toque de amarillo no tuvo precio.

―¿Por qué no me dejas la mini pistola y vas bajando a desayunar?

―Porque no quiero que te dispares en un pie.

―Qué gracioso. Pues siéntate a ver la tele, carallo.

Hice lo que me pidió por no estrangularla, pero sonreí. La Iria alegre, cabezota y despreocupada que me soltaba comentarios ácidos sin ni siquiera pestañear estaba otra vez de vuelta. Después de pasar dos días tan seria, era como un soplo de aire fresco. Quizás la forma en la que nos habíamos despertado hubiera tenido algo que ver. O puede que fuera al contrario. Quizás el cambio en su talante hubiera provocado que nos despertásemos de esa forma. No me podía creer como su estado de ánimo podía influirme de esa manera.

TE PROTEGERÉ CON MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora