25. IRIA

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Eso de despertarme casi a las doce de la mañana con resaca después de una noche de simples cervezas me dijo algo importante: mi vida social era una autentica porquería. Me desperecé con lentitud. Por fin conseguí abrir los ojos y despertarme del todo. Sola. De forma instintiva miré al otro lado de la cama y no encontré a Sergio. La cabeza me iba a estallar. Polo amor de Deus había bebido solo cerveza, puede que un poquito más fuerte que la normal, pero en ese momento me pareció que me había bebido doscientos litros de ginebra.

Poco a poco fui recordando retazos de la noche anterior y quise morirme. De la vergüenza, claro está, como empezaba a ser natural en mi ahora extraña relación con Sergio. Ay, madre. Después de lo que había pasado entre nosotros no iba a ser capaz de mirarlo a la cara. A parte de la vergüenza tampoco es que tuviera mucha idea de cómo sentirme. Desde luego no tenía fuerzas para pensarlo.

Y lo peor: estábamos condenados a aguantarnos tuviéramos o no ganas de hacerlo. Deus, no sabía qué hacer, Sergio no iba a dejarme sola así que seguro que estaba en el baño y cuando saliera no iba a tener donde esconderme en aquella habitación. Qué absurdo.

Me levanté y me atusé un poco el pelo hasta que terminé por recogérmelo en una coleta, y luego en un moño, tenía que tener un aspecto espantoso. Ahuequé la mano sobre mi boca y exhalé para comprobar mi aliento, ¡puaj! Era aún peor de lo que pensaba.

―Hombre, mira quién se despierta por fin ―sostuvo en tono jocoso saliendo del cuarto de baño.

Llevaba unos vaqueros gastados una camisa azul marino y el pelo mojado y despeinado como si se hubiera limitado a secarlo con una toalla. Luego se pondría su chaqueta vaquera que para mi desgracia le quedaba genial. Y de nuevo me puse como la grana. Estaba perfecto, como siempre, mientras yo estaba segura que parecía una zombi de películas de adolescentes.

―Hoy si que nos perdemos el desayuno. Sin embargo no sabría decirte por qué, pero no tengo ganas de matarte ―afirmó en un tono ahora sarcástico.

Puse los ojos en blanco. Sin embargo si estaba de buen humor y soltando pullitas me parecía más fácil lidiar con él que hacerlo con el Sergio serio y desesperado de anoche.

―¿Has terminado?

―Acabo de empezar contigo, mi niña ―afirmó yendo hacia el armario.

Bien, como siguiera con sus comentarios subidos de tono me iba a convertir en una autentica piel roja.

Nai de Deus, que bien olía a loción de afeitar y recién duchado. Me sacudí como un perro mojado para intentar centrarme y me levanté aprovechando que no miraba, y al hacerlo me di cuenta de que estaba todavía vestida con la ropa de anoche. Me arrastré hacia mi maleta bostezando, cogí un puñado de ropa y el neceser sin apenas fijarme. Pretendía irme al baño a esconderme a toda velocidad. Pero me interceptó.

―¿Estás bien? ―me preguntó tan cerca que no pude evitar bajar la cabeza.

Como no me atreví a mirarlo me agarró con suavidad de la barbilla para obligarme a hacerlo.

―Claro, solo necesito una ducha y... hacer algo con mi cara y con este pelo ―murmuré perdida en sus ojos.

―Estás muy guapa ―me susurró con una sonrisa sin dejar de mirar mis labios.

Y justo cuando sus ojos taladraron los míos y me dio la sensación de que iba a besarme me deshice de su agarre y corrí para encerrarme en el baño. Una actitud muy adulta, sí señor.

―¿Te apetece que después de dejar la habitación nos tomemos una pizza? ―preguntó tras llamar a la puerta con los nudillos un par de veces.

Por el sonido de su voz me dio la sensación de que estaba a punto de echarse a reír.

TE PROTEGERÉ CON MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora