8. SERGIO

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Si algo tenía de bueno mi nuevo trabajo era el horario. Me había pasado la noche tirándome a una de las amigas de Javi en su piso. Habíamos quedado de nuevo para el jueves que viene y a poco que me lo montara bien tendría asegurado otro par de polvos o tres a la semana y para rematar a las siete ya estaba de vuelta en casa para acostarme hasta las tres de la tarde. En ningún momento pensé en quedarme a hacer la cucharita así que cuando Irene ―tenía guasa la cosa con el nombrecito― se durmió, me fui a la francesa.

Justo antes de entrar en la ducha el móvil comenzó a sonar. No tenía pensado cogerlo hasta que recordé que debía hacerlo, era uno de los requisitos de mi nuevo trabajo, debía estar disponible y a esas horas solo podía ser del trabajo.

―Subinspector Betancourt.

―Sergio, soy Agustín, sé que solo llevas un día, pero te quiero en mi despacho a las ocho, no llegues tarde, reunión informativa semanal, es importante.

―Voy para allá ―aseguré, pero me colgó antes de terminar.

Llegué a su despacho a menos diez y ya me esperaban tanto Agustín y Raúl como un hombre que no conocía.

―Este es el inspector Camacho, en realidad es tu jefe inmediato, pero como sabes esta vigilancia escapa un poco de lo normal.

―Subinspector Sergio Betancourt ―repuse a la vez que estrechaba su mano.

―Bien. Ahora ya lo sabes. Todos los jueves a las ocho nos reunimos en el despacho del Comisario Páez. A Olga la informo por teléfono.

―De lo que se hable aquí yo decido lo que se le cuenta o no a Iria ―aclaró Agustín.

Raúl y yo asentimos. Tomamos asiento en la pequeña mesa de reuniones que tenía Agustín en su despacho y comenzó la reunión.

Ya que mi promesa de mantenerme alejado de las mujeres fáciles solo había durado lo que un telediario, decidí que al menos lo de tomarme el trabajo en serio y volver a ser el mejor como antaño sería de momento mi objetivo.

Agustín nos estaba poniendo al día a Raúl y a mí de las novedades, el pobre Raúl había sido relevado a las siete por Olga y venía sin dormir. Yo la relevaría a ella a las tres en vez de a las cuatro y por la noche Raúl vendría a las once. Nada más verlo pensé en ofrecerle que viniera a la hora de siempre, total que más me daba, él tenía familia y yo tenía todo el tiempo del mundo para descansar, igual que Olga.

Me centré en lo que Agustín nos informaba. Seguía sin haber rastro de los individuos que habían amenazado a Iria en la autopista. Por medio de informadores, el comisario Pousada había averiguado que había un par de clanes con rencillas entre ellos y que se disputaban diferentes parcelas de los negocios de Caaveiro ahora que él llevaba tiempo fuera de circulación. Pero los hijos del narco seguían transportando para los colombianos y blanqueando dinero a pequeña escala, por lo que Pousada casi había descartado que los colombianos tuvieran algo que ver e iban a centrar sus pesquisas en los clanes rivales que operaban en la ría de Arosa.

Por tanto las instrucciones eran claras y concisas: mantener los ojos abiertos, no dejarnos llevar por la rutina y distraernos manteniendo el equilibrio entre dejar llevar a la chica una vida más o menos normal y evitar situaciones peligrosas innecesarias. En resumen: que no se trataba de una vigilancia habitual y que no nos durmiéramos en los laureles.

TE PROTEGERÉ CON MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora