8. 《Mi Llorona》

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En este capítulo/AU, digamos que Héctor escribió La Llorona (versión del soundtrack de Coco) para Imelda, ¿ok? Ok. De allí después de que se fue de Santa Cecilia, la canción se popularizó por todo México.

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-Cállate.

-Pero Imeldita...

-Sólo cállate- se colocó para atrás los mechones que le caían en la frente-. Dame eso, ahora.

-No te enojes.

-Diablos, ¡dame eso!

-Mira que yo te quiero...

-Cállate- estuvo a punto de sonrojarse, pero Héctor le dió el trapo que le estaba pidiendo y se lo arrebató con violencia. Luego alzó la vista y empezó a quitar la tortilla que estaba pegada al techo. Ernesto se destornillaba de la risa. Imelda estaba en una escalera de madera, con el chico sosteniéndole los pies- Ya me enojé.

-¡No! Imelda...

-Tráeme más agua.

Estaban en una casita, de paredes marrones y astilladas. Era un "refugio" que los dos muchachos habían construido cuando eran pequeños, en el monte, y siempre iban allí. Habían invitado a Imelda una semana atrás, y cada día ella veía cómo escabullirse de su casa para ir con ellos.

-Les dije que no se pusieran a jugar con la tortilla. Y es de huevo, agh, apesta horrible.

-Yo sólo le quería dar la vuelta- Ernesto ya estaba rojo, retorciéndose en el piso de la risa. Héctor le fulminaba con la mirada, pero el otro lo ignoraba.

-Dame otro trapo.

-No hay más.

-¡¿No hay más?!

-¿Crees que somos mercado? No hay tantos trapos aquí- con grandes zancadas ella se bajó de la escalera, y fue a limpiar los trapos sucios.

-Eso me pasa por venir aquí. Ahora creo que hasta soy empleada suya.

-Fue idea de Héctor- dijo Ernesto, quien se iba calmando poco a poco-. Yo no tenía hambre.

-¡Pues yo sí!- dijeron Héctor e Imelda al mismo tiempo. Se miraron y él le guiñó un ojo. Ella rodó los ojos y siguió limpiando.

-Saldré a comprar algo cuando termine de limpiar.

-Saldré yo- dijo Ernesto, mientras se arreglaba la camisa blanca y arrugada-. Ya vuelvo.

Salió y se quedaron los dos solos. Él la miraba mientras limpiaba. Ella estaba ofuscada, pero igual se daba cuenta. Una semana ya que se miraban todos los días. Los tres eran como mejores amigos.

Una vez ella terminó de limpiar y exprimió los trapos, él la cargó como bebé. Otra vez.

-Bájame, Héctor- ahora sí estaba molesta. Ella había traído los ingredientes para que comieran todos, pero el chico desperdició todo-. Bájame, ahora.

-Das miedo cuando te enojas. Pero no te voy a soltar- ella iba a empujarlo pero él empezó a girar en su propio eje. Y claro, ella se agarró más fuerte para no caerse.

-Gracias por el apoyo, ahora bájame.

-Deja de ser tan enojona.

-Suéltame.

-Fue un accidente, princesa, lo sabes.

-Sólo sé que desperdiciaste todo lo que traje.

-¿Es por eso?- ella se cruzó de brazos.

Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora