5. 《El Monte》

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-¡Imelda! ¡Imelda!

La chica escuchó los susurros y se dió la vuelta, asustada hasta los huesos. Pero pronto suavizó sus hombros, que se habían tensado al escuchar esa voz, al darse cuenta que era Héctor quien le llamaba.

El muchacho estaba golpeando una de las ventanas de la cantina, buscando que le abrieran. Ella la abrió, y miró por la calle para asegurarse que nadie los veía.

-¿Qué demonios haces aquí?

La mirada del chico, que momentos antes estaba llena de entusiasmo, se oscureció de tristeza.

-¿No te alegras de verme?- los ojos le brillaban. Imelda rodó los ojos y le dió un golpe en el hombro.

-No te pongas así, hombre. Entra rápido.

Héctor sonrió y se deslizó torpemente a la cantina. Eran apróximadamente las siete de la noche, e Imelda tenía encargado limpiar el lugar antes de abrirlo.

-¿Qué haces aquí?

-Pensé que tal vez podría ayudarte a limpiar- dijo mientras pasaba un dedo por el mostrador-. Y creo que necesitarás ayuda.

Imelda se hizo la ofendida y él se rió. Tan sólo la tarde anterior habían pasado juntos, con Ernesto. No se habían visto en todo el día, hasta ese momento.

-Agarra ese trapo de allá y empieza a limpiar.

Él siguió sus indicaciones y empezó a limpiar el mostrador, mientras que ella le sacaba el polvo a algunas botellas.

-Estuve pensando sobre lo que dijiste...acerca de tocar y componer canciones.

-¿Y bien...?

-Tal vez sí sea una gran oportunidad. ¡Desde mañana Ernesto y yo seremos mariachis oficiales!

Ella se dió la vuelta. Él había dejado de limpiar por estar soñando con su futuro. Se sonrieron mutuamente.

-Bueno, pos me alegro por ustedes.

-Sólo quería pedirte un pequeño favor...

-Sabes que no puedo cantar con ustedes, además tengo pánico a cantar en público...

-Oh, de eso no te preocupes, aunque me encantaría que te nos unieras. El favor era si es que podías coser mi abrigo- dijo Héctor mientras se sacaba aquella pieza de ropa, deshilachada por algunas partes.

Imelda la tomó. Era un poco pesada, con un olor cómo de jabón y a hombre.

-Está bien...¿pero no tienes a nadie más que lo pueda hacer?- dijo con un poco de pena. Estaba dispuesta a ayudarlo, pero no tenía cómo explicarle a su familia qué hacía con el abrigo de un mariachi; ella, que los odiaba por las serenatas que le daban a veces.

-Mi mamá está enferma- dijo él arrugando un puño de su camisa-. No puede hacer nada.

El semblante de la muchacha estaba lleno de preocupación y vergüenza.

-Lo siento mucho, Héctor, y-yo me refería a que...bueno, no sabía cómo explicarle a mis hermanos por qué tendría el abrigo de un mariachi...

-Entiendo...no te preocupes- respondió él con una sonrisa tierna. Agarró el trapo de nuevo y reanudó su tarea.

-Mañana a esta hora estará lista.

-Perfecto.

Siguieron limpiando con una monotonía silenciosa y lenta, pero nada aburrida, ya que de vez en cuando ella se daba la vuelta y lo encontraba mirándola, cosa que le parecía dulce de su parte.

Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora