6. 《¿Te gusta?》

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-Imelda...

-¿Qué chingados quieres...?- la muchacha estaba medio dormida, acurrucada con el abrigo y las sábanas pero de espaldas a la puerta-. ¿Felipe...?

-Por Dios, deja de ser tan grosera- ella expulsó una risita cansada, pero pronto se percató del abrigo de Héctor entre sus brazos. Trató de esconderlo desesperada entre las cobijas, y Felipe se dió cuenta.

-¿Qué es eso...?

-¿No te he dicho que toques la puerta antes de entrar? Aún estaba durmiendo- se sentó en la cama y estiró los brazos. Se había dormido con el vestido sucio, y era seguro que su hermano le reprendería eso.

-Sólo quiero hablar. Quiero que me digas de verdad por qué saliste tan tarde de casa, después de limpiar la cantina- la noche anterior, ella se había negado a darles explicaciones específicas-. También el otro día te fuiste después del almuerzo y no volviste hasta el anochecer...

-¿No puedo distraerme un poco?

-Siempre salías con tus amigas, no sóla.

-Por favor, Felipe, no es nada...- entonces ella se paró de la cama, para caminar hacia su hermano, pero el abrigo se deslizó con ella y cayó al suelo con un golpe sordo. Se quedó petrificada, y la cara de asombro de su hermano no tenía comparación.

Felipe estaba verdaderamente aterrado. Empezó a mirar a todas partes, para ver si no habría alguien escondido en el dormitorio de su hermana. Abrió el armario, los cajones, miró debajo de la cama, y agarró el abrigo antes de que Imelda lo hiciera por él.

-¡¿Qué te pasa?!- ella trataba de arrebatarle el abrigo de las manos, sonrojada hasta las orejas y destilando una cólera mortal.

-¡¿Dónde conseguiste eso?!

-¡Es un maldito abrigo! ¿Feliz?

-¡¿De un mariachi?!

-¡Cállate, Felipe! ¡Aprende a callarte!- se llevó un dedo a los labios, exigiendo silencio-. Te diré todo, pero debes jurar que te callarás. No puedes contarle ni a Óscar.

-¿No contarme qué?- el otro gemelo apareció por la puerta. Al ver el abrigo en las manos de su hermano, genuina incredulidad se plantó en su rostro. Cerró la puerta y se quedó mirándolos-. Más les vale que empiezen ya.

Entonces ella les contó cómo conoció a Ernesto y a Héctor, lo amigables que eran, lo que habían hablado, y qué después de todo, estaban empezando a ser amigos suyos. Omitió que Héctor había entrado a la cantina, y a dónde se dirigían la noche anterior.

-Sabes que es mal visto que una señorita tenga amigos hombres.

-Pues la sociedad puede irse a la mierda.

-Imelda, aprende a expresarte- la reprendió Felipe, consiguiendo que ella rodara los ojos-. Sólo...cuídate, ¿está bien?

-¿Prometen no contarles a nuestros padres? Por favor...

-¿Por qué tendríamos que ocultarles esto?

-Sabes por qué. Ya saben a dónde voy cuando salgo sóla, no tienen que ellos enterarse si ustedes ya están seguros de mi paradero.

-¿Y ese lugar es...?

-La Plaza del Mariachi.

-Me parece raro que de pronto hayas dejado de odiar a los mariachis. ¿No será que uno de esos muchachos...?

-Ni lo pienses- volvió a sonrojarse, y los gemelos se miraron entre sí-. ¡Claro que no es eso!

-Lo que digas, Imelda.

Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora