4. 《Somos amigos, ¿no?》

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-Entonces era en serio que estabas escribiendo canciones.

-¿Por qué te mentiría?

-A veces sales con algunas de tus estupideces.

Héctor estaba en la Plaza con Ernesto, en el lugar de siempre. Ya era hora del almuerzo, pero habían desayunado tarde unos chilaquiles con pollo, así que no tenían hambre.

Héctor escribía ciertos acordes y notas en una libreta color rojo, mientras Ernesto estaba sentado en una banca tocando con su guitarra.

-¡Terminé!

-¿Y qué vas a hacer con eso?

Héctor se paró súbitamente y agarró su guitarra. Empezó a tocar una melodía que Ernesto nunca había escuchado antes. La verdad, su amigo tenía talento para haber inventado algo tan creativo y pegadizo.

Héctor gritó como mariachi para que tener toda la atención de la plaza, y empezó a cantar.

-Señoras y señores, buenas tardes, buenas noches...- la gente se empezó a aglomerar a su alrededor, y algunos empezaron a acompañarlo con las palmas-...buenas tardes, buenas noches, señoritas y señores...

Ernesto pudo armar el compás en su mente y acompaño a Héctor con su guitarra. Una vez que Héctor cantó el coro, Ernesto empezó a cantar también.

-Es mi pasión, qué alegría, pues la música es mi lengua y el mundo es mi familia...- todos lo acompañaban con las palmas. Pasó su mirada encima de todas las personas, pero se detuvo en una muchachita de cabello azabache y vestido blanco, que también aplaudía pero escondida detrás de un árbol-...pues la música es mi lengua y el mundo es mi familia...

Era Imelda, atenta y quieta.

Una vez que terminó la canción, todos aplaudieron, pero siguieron con sus actividades, aunque expectantes ante la posibilidad de escuchar otra canción. Héctor se acercó a Imelda, tratando de que nadie lo viera. Estaba cruzada de brazos y lo miraba fijamente.

-¿Qué tal estuve?- dijo con una gran sonrisa. Le dió el presentimiento que ella estaba reprimiendo sonreir. Estaba dispuesto a cambiar eso.

-Nada mal para ser un hombre.

Él abrió los ojos y se llevó una mano al pecho, falsamente ofendido. Ella rodó los ojos, pero sonrió.

-¿Entonces las mujeres podrían hacerlo mejor?

-Obviamente- dijo ella, poniéndose un mechón suelto de la trenza detrás de la oreja. Él rió, y se apoyó en el tronco del árbol.

-Ven, vamos con Ernesto.

Ella miró al suelo, indecisa. Sentía un pequeño rencor hacia él, por la serenata y todo, pero estaban en deuda por lo de la noche anterior.

-Está bien.

Se fueron a otro lado de la Plaza, donde los jardínes abundaban así como las bancas de madera. Héctor le hizo una seña a Ernesto para que los siguiera.

-Hola- saludó a Imelda, dándole un beso en la mejilla, pero sin tocarle la cara. Ya saben, cómo los besos para saludar donde sólo de hace el sonido de beso-. Supongo que...

-Gracias por lo de anoche- dijo ella, tratando de reducir la tensión-. No saben los gritos que me ahorraron.

-No fue nada- dijo Héctor, acercándose a ella de una manera en la que Imelda no se diera cuenta-. Puedes contar con nosotros.

-Si es para cuestiones familiares, conmigo no- respondió Ernesto, haciendo que Héctor riera e Imelda sonriera. Él también sonrió, dándose cuenta que no estaba tan enojado con ella después de todo.

Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora