9. 《Te quiero》

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-Llorona, llorona de azul celeste...

-¡Auch, cuidado señor!- Ernesto y Héctor estaban caminando con dirección a la pequeña escuelita del pueblo, donde Imelda a veces iba a ayudar. Héctor iba tan distraído y ansioso, que se chocó contra un niñito.

-¡Perdón, mijo!- le alborotó el cabello y siguieron caminando. Entraron a una de las aulas, donde se suponía que Imelda estaba. En efecto, estaba sentada en un escritorio pequeño mientras algunos niños jugaban por doquier. Parecía que no había nadie que les impusiera órden.

Héctor tenía su guitarra a la espalda, con un ramo de flores en las manos. Ernesto le acompañaba, dispuesto a ayudarle con su tonto plan romántico. Ernesto se quedó al pie de la puerta, mientras que el otro se adentró al aula.

-¡Imelda!- ella alzó la vista y lo vió allí, parado con su ramito de flores rosadas. Los ojos se le iluminaron, y un rubor traicionero le abrasó el rostro.

-He-héctor...

-¿Quién es él, señorita?- preguntó uno de los niños. Ahora todos se habían callado y observaban perplejos la escena. Eran unos pocos, ya que era hora de salida pero sus padres siempre los venían a recoger tarde.

-Eh...es Héctor...

-¿Su esposo?- dijo otra niña, de cabello marrón claro, cayéndole en la espalda en forma de trenza.

Imelda se sonrojó más. Héctor también, y sonrió nervioso. Se acercó a la mesa, para dejar las flores encima.

-N-no, mija- respondió Imelda, con la cara enrojecida por la vergüenza y la emoción.

Héctor sabía que Imelda ayudaba a veces para cuidar a los niños durante su recreo, o a veces ayudaba en las clases de música, así que modificó su plan un poco.

-¡Chamacos!- Héctor les sonrió a los niños mientras se arrodillaba junto a ellos-. ¿Quieren cantar? Vine para eso.

-¡Sí, sí!- todos se emocionaron y se agruparon en un círculo, alrededor de dos sillas que Imelda siempre ponía para ella y el profesor de música. Él tocaba y ella cantaba. Pero digamos que el señor ya tenía más de 65 años. Héctor tenía un ánimo mucho más juvenil.

Tomó su guitarra y se sentó en una de las sillas. Imelda se paró del escritorio y entre pasos torpes se colocó al lado de él.

-Yo canto y ustedes me siguen.

Empezó a tocar la guitarra, con un amor y pasión innigualables.

-Ay de mí, llorona, llorona de azul celeste.

-Ay de mí, llorona, llorona de azul celeste- repitieron los niños con su voz angelical y aguda. Imelda les había enseñado bien. Por su parte, se mantenía callada y se quedaba mirando al chico. Él a veces levantaba la mirada de la guitarra y le sonreía.

-Y aunque la vida me cueste, llorona, no dejaré de quererte.

-No dejaré de quererte- repitieron los niños, emocionados ante los dos muchachos. Hacían linda pareja.

Héctor tocó otros acordes, más emotivos e insistentes que los anteriores. Imelda empezó a darse cuenta que él la había compuesto. Ernesto estaba mirándolos. El estúpido de su amigo había cambiado el plan totalmente sólo por que no quería esperar más para verla.

-Me subí al pino más alto, llorona, para ver si te divisaba- la manera en que pronunciaba la palabra 'llorona', hacía que Imelda se derritiera por dentro. ¿El chico sólo había venido para cantarle a ella, lejos de las miradas curiosas, alrededor de un puñado de almas inocentes que no les molestaban?

Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora