3. 《Me llamo Héctor Rivera》

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¡Hermosa! ¡Hermosa! ¡No te vayas hermosa!

-¡Imelda! ¡¿Te has dado cuenta de lo que has hecho?!

-Literalmente todos en el pueblo se enteraron.

-¡¿A dónde crees que vas a llegar con esa actitud insolente?!

-Hijita, debes dejar de huir de los muchachos; dales una oportunidad...

-Hermana, sabes que te queremos mucho, pero esto ya se está saliendo de control.

¡Hermosa! ¡Hermosa! ¡No te vayas hermosa!

-¡Ya basta!- gritó ella con las manos en alto. Pequeñas lágrimas surcaban su rostro-. Ustedes no se dan cuenta...

-¡¿Qué no me doy cuenta?! ¡Mi hija rechazó a uno de los más importantes hombres que ha pisado este pueblo!- exclamaba su padre, tan exaltado que había empezado a jalar sus cabellos grisáceos.

-Hermana, sé que no te agrada esta situación, pero debes dejar de humillar a esos pobres hombres de esa manera- insistía Felipe, con una mano sobre el hombro de Imelda-. Explícanos en qué podemos ayudarte.

-Mira, Imelda, sé que tienes un carácter fuerte y todo, pero esto ya es el colmo.

Habían pasado dos días desde que Imelda bautizó a los pobres hombres con el balde de agua helada. La noticia había recorrido el pueblo a una velocidad impresionante, mas no se habían dado detalles de la embriaguez de Héctor.

Ya había oscurecido, y una vez más sus padres habían intentado comprender sus acciones en una charla amistosa, pero pronto todos perdieron sus cabales y se hallaban en medio de una discusión energética.

-¿Saben qué? Voy a salir a tomar aire- se alejó de ellos, fue al perchero de la puerta para agarrar un abrigo, cogió las llaves y antes de que pudieran quejarse ya estaba afuera.

Sus pies la guiaron inconscientemente a la Plaza. La música se oía claramente desde varios metros de distancia, y empezó a tararear la misma canción que venía de allí.

Se acercó a ese pequeño altar donde habían varias bancas. En ellas estaban sentados más o menos unos seis muchachos, cuatro con guitarras, y el resto con tragos en la mano.

Héctor y Ernesto estaban entre ellos, cada uno con una guitarra. No se habían dado cuenta de la muchacha que acababa de llegar por estar distraídos cantando con el resto.

Ella se quedó parada al lado de un ahuehuete, un árbol que era un poco más alto que ella ya que no había crecido mucho aún. Las ramas frondosas hacían díficil vislumbrarla.

-¡Toca otra, Héctor!- gritó Luis con un vaso en la mano y una botella en la otra-. ¡Toca: Juanita!

-¡Sí! ¡Sí!- vitorearon sus compañeros, y Héctor con una sonrisa comenzó a rasgar las cuerdas.

-Conoces ya a Juanita...- comenzó con voz suave, para que todos empezaran a cantar al unísono con él. Llevaba un traje de mariachi rojo vino, pero no tenía el sombrero. Le quedaba un poco grande ya que era delgado, pero se le veía bien.

Imelda se sorprendió al escuchar su voz. Quedó hipnotizada, ya que la voz de Héctor siguió retumbando en sus oídos y se impregnó en su memoria.

Llegó la parte obscena de la canción, que todos los hombres cantaron sin pena, y aunque ella se sonrosara un poco al oírla, le pareció que la voz de Héctor suavizaba todo.

-Si yo no fuera tan feo...- Héctor había estado mirando a la guitarra y de vez en cuando a sus amigos, pero de pronto sin razón aparente miró al frente. Reconoció a Imelda en medio del follaje del árbol, y la vergüenza lo carcomió por dentro-...tal vez su amor me podría dar...

Historia de Amor: 《Héctor e Imelda》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora