IV

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El silencio que transcurre en la sala retuerce mis recuerdos en un vaivén de sensaciones que sobrepasan hasta la más arraigada inquietud

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El silencio que transcurre en la sala retuerce mis recuerdos en un vaivén de sensaciones que sobrepasan hasta la más arraigada inquietud. Traqueteo mis dedos delatores sobre la mesa en una espera pacífica por el detective Holmes, la persona que me está interrogando.

Antes de marcharse me pregunto si quería tomar un café, al que acepté gustoso.

Evité mirar mis dedos para que mis observadores silenciosos, al otro lado de la sala, no sospecharan de mi actitud. Es probable que tengan sus ojos puestos sobre mí, estudiando mis movimientos, preguntándose por qué hace un momento sonreía atontado con el recuerdo trancado de aquella revolucionaria noche que todo lo cambió...

—Aquí está tu café. —Holmes deja el vaso sobre la mesa con una torpeza que se ve ridícula para un hombre de su contextura—. Sin azúcar.

—Sin azúcar —repito en un tono amistoso.

Estiro mi mano y tomo con precaución el café, atrayéndolo a mí. El olor recompone mis recuerdos otra vez, pero omito dejarme llevar por el sentimiento fresco y una sonrisa fortuita. Holmes inspira con satisfacción el humeante olor de su café.

—¿Creed, sabe por qué está aquí?

Ya empezamos con las preguntas directas.

—Encontraron un cuerpo y lo relacionan conmigo.

Le doy el primer sorbo a mi café para no amancillar una mueca con el vivaz recuerdo de mi delito.

—Según fuentes, la victima y usted se conocían.

Vuelvo a sonreír bajando el café.

—Así es, mejor de lo que ustedes pueden pensar.

El compromiso no se me dio bien. Jamás. Mis responsabilidades siempre pasaron a un segundo plano, siendo reemplazadas por mis intereses. Y mis afiliaciones muchas veces se volvían una responsabilidad. Me gustaba culpar a la sociedad por eso; el que las cosas que me gustaban, como la música, se volviera una obligación se debía a que necesitaba formar un horario cuando yo solo quería tocar en mis momentos de inspiración. Dropping Dead se convirtió en el ejemplo de la corrupción social que planteaba en mis ideales.

Formar una banda puede ser la mejor cosa que hice en mi mísera vida. De niño y adolescente ansiaba tocar en una banda, ser aclamado por el público, oír mi nombre tras una cortina, descargarme contra el mundo con mis canciones. Pero después entendí que el costo de tener una banda resultaba más complicado que los sueños de un niño. Adoré por mucho tiempo pertenecer a lo que surgió con esfuerzo. Después, el compromiso todo se fue al reverendo carajo.

Quería que el mundo se moviera por mí y aprendí que soy yo el que necesitaba moverse con el mundo.

La verdad, no me gustó nada.

No se trató de una sorpresa grata el haber llegado hecho polvo al ensayo y merecerme el premio al hijo de puta más imbécil del planeta.

Mi cuerpo estaba apaleado, pero sentirme como un cigarro pisoteado evidenciaba que mi cordura no se marchó a la mierda y que, después de todo, lo que ocurrió en la seguidilla de Gustav no formaba un invento de mi imaginación.

CATARSIS  [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora