VII

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Pecaría de mentiroso si digo que acepté ser entrenado por Kali solo porque me apiadé de ella

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Pecaría de mentiroso si digo que acepté ser entrenado por Kali solo porque me apiadé de ella. Sí, puedo pecar de muchas cosas, pero una falsedad inundaba mi boca lo que es nunca. Ser directo e impulsivo me llevó a decir y cometer muchos actos, como el que me mantiene encerrado en esta sala de interrogatorio, por ejemplo. Sin embargo, tras una pelea que jugó a favor de Kali durante minutos, el declararme como Purificado formó parte de una decisión fomentada por mi raciocinio. Dejé de lado mi ambicionaría pretensión de entrenar en solitario y comencé a interesarme por el arte que se presentó frente a mí esa noche.

Una tentativa curiosidad se adhirió a mi cabeza el momento en que me dejó caer al suelo y recalcó las palabras que llevarían a mi derrota. Supe entonces que dejarla ir sería la determinación más errónea de mi vida.

Y, demonios, puedo decir que hice lo correcto.

Al principio existió el problema típico.

Éramos demasiado diferentes para relacionarnos. Kali actuaba demasiado tranquila para mis ganas de aprender todo ya. Mi ímpetu chocaba con su calma. Yo necesitaba que ella actuara conforme a mí, hiciera las cosas a mi manera. Tuve que aprender de la forma más agobiante que ser un Jugador no significaba que el mandato era de mi posesión. Desde el comienzo, ella siempre lo controló todo.

Acordamos juntarnos en una plaza cercana a mi facultad. Sería nuestro tercer encuentro pactado —el primero fue en la cafetería y el segundo para pelear— y el que más me entusiasmó ir. Mis viernes no eran la gran cosa; el anterior resultó ser un credo vomitivo que expulsó mi soberbia, empezando por insultar a Freud. Pero me propuse hacer de ese viernes algo mejor.

Mi ansiedad necesitaba con urgencia una calada de cigarro para matar con lentitud la espera. Fue Kali la que tardaba esta vez. Lo tomé como especie de venganza e ignoré el reflujo de insultos que transitó por mi garganta al ver la hora en mi celular.

Consumí el cigarro y tiré la colilla a la tierra, pisándola con furia.

—¡¿Hasta qué hora me hará esperar esa niña?!

No pude soportarlo más, simplemente me dejé llevar por el enojo. Mis palabras golpeadas caían al suelo para estrellarse sobre mi bota empolvada. Levanté la cabeza al cielo e inspiré hondo siendo interrumpido por un ataque de tos que acabó al visualizar a mi Apostadora corriendo en mi dirección.

Kali seguía sorprendiéndome con sus atuendos llenos de colores. Una mierda era lo que me importaba lo que las personas eligieran para vestirse, pero ella lograba serpentear por mis escondidos intereses.

Para nuestro tercer encuentro vestía una blusa con mangas cortas de color blanco que no pasaba de si cintura; debajo traía un tutú de colores rosa, celeste y violeta que permitía ver la mitad de los muslos. No había mucho que ver en realidad, unos pantis cubrían toda su blanca piel; una pierna era de color celeste y la otra llena de franjas verticales de color rosa, verde y naranjo.

CATARSIS  [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora