VIII

8.4K 1.1K 388
                                    


En lo que aguardo por Holmes, mi tiempo se ha degastado en minutos alargados y asfixiantes

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En lo que aguardo por Holmes, mi tiempo se ha degastado en minutos alargados y asfixiantes. Tenerme aquí es la tortura que clama a mi declaración, un silencio que esgrima mi propia voluntad para doblegarla. La soledad se convierte en mi enemiga, la gran aliada de mis enemigos, quienes esperan que mi nerviosismo se ponga en marcha para solucionarlo todo. Quieren mi confesión más allá de una justicia, porque soy culpable pero mi euforia desatada solo es consecuencia de mi clausura.

Holmes entra por fin, deja una carpeta de color mantequilla sobre la mesa y se sienta.

Sus ojos llenos de confianza me llevan al pasado. Es la misma mirada que ella siempre portó: su arma, su espada, su escudo.

—Tienes antecedentes —me dice de manera seria, en lo que abre la carpeta y enseña algunos expedientes.

La bilis me sube a la garganta. El nudo que tengo suena en un ahogo casi desesperado que emito ante la espera.

—Los tengo —mascullo de mala gana, ansiando consumirme junto a otro cigarro—. Ya estuve en un interrogatorio antes.

—Cuéntame sobre eso.

Negarme a hacerlo no es una opción, a pesar de que su voz es calmada. Aquí hay una dictadura invisible, o puede ser que yo me he sometido a las garras de los azules sin haberme percatado.

—Tenía quince años; era un pendejo al que le gustaba ir molestando por la calle, lanzar piedras, probar cosas nuevas.

—¿Ser acusado de homicidio no-intencional es parte de probar cosas nuevas?

Me levanto de la silla y golpeo mis manos contra la mesa.

—Yo no lo maté.

—¿A quién no mataste, Dechart: al anciano o a la persona por la que estás aquí? —Me hace una seña para que vuelva a sentarme. Obedezco con pausa, tomando todo el tiempo que merezco para conservar la calma.

—A nadie —respondo finalmente—. Mis manos están limpias.

Es un hecho que la culpa me está carcomiendo, que tenerme encerrado dentro de esta fría sala es un espectáculo, el mero entretenimiento de una fuerza mayor. Tenerme aquí es un desgaste de tiempo. Funciona como un elástico que se va extendiendo más y más hasta cortarse, y cuando lo hace, a alguien lastimará.

Yo no quiero ser ese alguien, aunque todo indica que así será.

Estoy manchado por mi pasado. Soy barro frente a sus elitistas narices. Siempre lo fui y siempre lo seré. Por eso Catarsis funcionó para mí como una forma de purga. Catarsis funcionó como un medio factible para reconciliarme con el mundo, a pesar de que al comienzo no lo sentí así.

A pesar de ser una escoria, un demonio, un monstruo y un adefesio para los ojos de quien me mire, mi fanfarroneo sucio (tan bien enterrado en mí) no nació de la nada. Como yerba mala que soy, mis raíces tuvieron tanta influencia como mis decisiones para convertirme en el Creed Dechart que no respiraba sin un cigarrillo.

CATARSIS  [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora