VI

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Los minutos corren como arena desde que respondí la última pregunta de Holmes

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Los minutos corren como arena desde que respondí la última pregunta de Holmes. Hasta ahora se ha ido por el camino amigable. Sé que está formando un vínculo para que pueda entrar en confianza y hablar de más. Es una estrategia que muchos detectives admiran. Lo que no sabe es que ese vínculo puede romperse en cualquier momento. Probablemente cree que me tiene abierto de piernas dispuesto a que me meta el dedo en el culo.

Sabía a qué me enfrentaba al poner el pie dentro de la sala, supe desde el comienzo que sentarme en esta silla me tenía en la boca del león. Cuál será el desenlace y si ese león cerrará sus fauces dependerá de mis próximas respuestas.

—¿Qué hacía la noche del 30 de abril?

—La verdad, no recuerdo. —Mi respuesta no le hace formar una expresión o gesto. Holmes permanece igual, solo que en sus hombros se ve la tensión—. Sé que necesitan una cuartada pero no puedo recordar qué hacía ese día.

Holmes suelta un alargado suspiro mientras deja reposar su enorme espalda en la silla. Me estudia desde lejos.

—Te das cuenta de que eres uno de los principales sospechosos, ¿verdad?

—Lo sé. Y hasta ahora te he contado todo. El que no recuerde que estaba haciendo el día del asesinato no me hace un asesino.

—Por supuesto que no, hijo. Necesitamos las pruebas, hacemos una investigación y eso es lo que estamos haciendo al interrogarte. Te estás poniendo en riesgo al no contestar.

—Si invento algo será peor.

No caeré en el juego de Yo estoy de tu lado, cuéntamelo todo.

—Cambiemos de pregunta —vuelve a apoyarse en la mesa—. Dime, ¿cómo fue tu infancia en general? ¿Cómo influyó tu pasado el momento en que conociste a la víctima?

Qué astuto...

Nunca me resultó simple ocultar mis emociones cuando de mi infancia y adolescencia se trata. Solía adoptar una faceta agresiva que me defendía de todo aquel que pudiese investigar más allá de la persona que demostraba ser. Mi mecanismo se encargaba de sembrar una cuota de miedo en el emisor, dejando claro que esa clase de temas jamás se debían tocar. Bastaba un cambio de actitud o unas palabras ofensivas para ponerle un punto final. La consecuencia generalmente se inclinaba a mi favor, mas nunca faltó la persona que viera a través de mí. Una de esas personas se hallaba en el asiento de conductor la noche en que trataba de huir de los terrores de mi pasado y esconderme de ellos en un bar.

Kali se veía como una colegiala que no mataría a una mosca, juzgarla antes de tiempo llevó a mi fallo.

—¿Cómo lo hiciste? —le pregunté viendo la fisonomía de su perfil mientras ella conducía.

—¿Cómo conseguí que estés sentado a mi lado camino a la pelea? Te puedo leer fácil.

Medité en mi fantasioso pensamiento sobre las personas que podían leer los pensamientos de otros y concluí que me había equivocado con mi musa, que quien podía leer la mente estaba junto a mí. Pensé en lo feliz que me hizo hablar con mi musa por primera vez y lo cretino que debí verme al seguirla para ver, con pasmo, cómo Kali le entregaba dinero solo por llevarme ante ella.

CATARSIS  [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora