Capítulo Once |Editado

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Celeste

Un gran rayo de luz me impactó en los ojos apenas los abrí, mientras que al mismo tiempo los volví a cerrar.

No juzguen, tenía sueño.

Cuando intenté voltearme para seguir durmiendo algo me lo impidió.

Pestañee aturdida y abrí los ojos exageradamente cuando vi que un brazo rodeaba mi cintura.

Maldita sea.

Rápidamente miré a la persona que estaba a mi lado y mis facciones se relajaron.

Solo era una versión linda y tierna de Daniel durmiendo como un niño pequeño.

Por un momento había olvidado que había venido el día de ayer, a las 12 de la noche.

Una hora normal, todos se visitan a esa hora.

La verdad de Daniel a estas alturas me esperaba cualquier sorpresa, y no me desagradaba.

Eso era raro.

Un mes atrás le hubiera cerrado la puerta en la cara, pero ya no.

Después de todo él me salvó la vida, ¿cierto?

Era solo gratitud.

Me quedé observando su rostro unos segundos.

Si que era guapo.

Su cabello oscuro lo hacia ver rudo, y ni hablar de sus profundos ojos.

Me llamaban tanto la atención, porque eran muy transparentes. Quiero decir que podías ver a través de ellos.

Podía transmitir sus sentimientos en su mirada, pocas personas pueden hacer eso.

Me llamaba la atención sus facciones bien definidas, pero lo que más me llamaba la atención, era su forma de vestir.

Siempre, desde el primer día en que lo vi, lo he visto vestido de negro.

Daniel es algo así como un chico tumblr de esos que estaban de moda cuando yo era una adolescente.

La diferencia es que... Bueno, ya no somos adolescentes.

Aunque nuestras actitudes digan lo contrario y cualquier estupidez nos diera un ataque de risa.

Como ayer cuando Daniel buscaba el botón de encender la televisión, detrás de la televisión y pasara a empujarla, haciendo que ésta cayera al piso.

Al principio, fue gracioso. Más porque en realidad la televisión no tenía botones visibles, sino que eran sensores.

Ahora, dejó de ser gracioso cuando acomodamos la televisión, la prendimos y la pantalla irradiaba colores que demostraban una cosa: la habíamos cagado.

—Tranquila, yo la pago –dijo tocando la pantalla.

—No, yo la pago –respondí. No me molestaba hacerlo, tampoco era tanto dinero.

—Estas loca, yo la rompí. –contraatacó.

—pero es mi habitación de hotel –me crucé de brazos.

Luego de eso se armó la tercera guerra mundial y al final quedamos en que la pagaríamos a medias.

Daniel era un ser humano particular.

No había que ser muy astuta para darse cuenta de que él era distinto a muchos hombres a su edad.

De todo el tiempo que lo conocía, jamás intentó ligar conmigo, ni intentó besarme. Al contrario, respetaba mi espacio.

Prometo Olvidarte ©| CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora