Capítulo treinta y cuatro |Editado

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Adela Sophía
(Mamá de Celeste)

Mi corazón se detuvo un segundo. Mis manos cada vez se apretaban más alrededor de aquel papel.

—Lola, traeme un vaso de agua por favor. —mencioné intentando no parecer alterada.

—En seguida señora Adela.

Me encontraba en mi casa cuando abrí los resultados a petición mía. El doctor estuvo de acuerdo.

Me puse de pie y miré mi casa con nostalgia. Después de todo, yo la había diseñado cuando el terreno aún estaba vacío.

Federick Black siempre me hizo la mujer más feliz y me consintió en todo lo que quise. Luego nuestro amor se hizo visible: Celeste.

Cuando supe que era niña decidimos su nombre porque esperábamos que tuviera los ojos Celestes al igual que Federick. Pero no fue así, mi pequeña Celeste tenía los ojos verdes igual a los míos.

—Aquí está su agua Señora. ¿Va a salir? –preguntó Lola con una bandeja en sus manos.

—Gracias. —dije tomándome el agua de un tirón. —Iré a ver al doctor, por favor trae mi bolso.

Sonreí hacia Lola cuando trajo mi bolso y luego la vi desaparecer. ¿Qué pasaría con ellos ahora? Yo era la única persona para la que trabajaban.

Los resultados no podían mentir. El doctor me los había dado, pero de todas formas decidí hablarlo personalmente con él.

A cualquier persona le costaría asimilar que tiene cáncer.

La diferencia es que mi cáncer no es uno que recién se está formando, de aquellos que se pueden operar. El mío ya estaba desparramado por todo mi cuerpo, era definitivamente terminal.

—te quedan tres meses de vida, Sophía. —me dijo el doctor con pésame en cada una de sus palabras.

Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer, aunque hayan pasado dos meses desde entonces.

Quizás debí ir hacia mi hija antes y decírselo, pero tenía tanto miedo de cómo pudiera reaccionar. Pero aquí estoy y desde ahora comienza mi cuenta regresiva.

—Podemos tratarte, es costoso pero vivirás un poco más de tiempo.

—¿cuánto tiempo exactamente? —pregunté.

—seis meses máximo. —finalizó el doctor.

—Entonces no. No alargaré mi dolor ni el de mi hija por tres meses más. No vale la pena. —solté decidida.

—Está bien. Es tu decisión. —dijo el doctor anotando algo en su libreta —Ten, es una receta para calmar tus dolores.

Negué con la cabeza, él aún no había entendido nada.

—Te agradezco Nicolás, pero no quiero nada. —dije poniéndome de pie.

—Entonces es probable que no puedas vivir los tres meses, por favor, Adela. —Nicolás tomó mis manos.

Lo miré fijamente.

—Este es mi castigo. —solté. —Es el precio de lo que hice.

—Adela, yo siempre te amado. Lo sabes.

—¡yo lo maté! —grité con rabia contenida. —Yo maté a Federick.

—¡No es así Adela! —se puso de pie —¡El cáncer lo mató!

—El cáncer no lo mató —dije llorando —Federick murió antes. Murió el día en que se enteró de mi infidelidad contigo. —lo miré por última vez —Adiós, Nicolás. Hasta nunca.

Prometo Olvidarte ©| CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora