Capítulo I. -El cuento de los enamorados.

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Los negros cielos se vuelven escandalosos, mientras que mi cuerpo se casa con cada una de las esmaltadas estrellas. Yo estoy aquí una vez más, sentado en el borde del precipicio mirando hacia las profundidades, tirando diminutas piedras y observando cómo caen hasta perderse en el abismo.

Noche tras noche, siempre vengo al mismo bar. Tomo asiento en mi repetida esquina, probando todos los licores que puedan existir. Estoy buscando una compañera, pero lo único que puedo ver en los bares son mujeres con tacones que levantan sus artificiales egos, escotes que reemplazan sus fingidos corazones y vestidos que se leen con doble sentido.

Es algo mórbido, pero ya es una costumbre para mí, sentarme aquí y observar cómo bailan todas las hembras con sus varones, cómo las mujeres se transforman en fieras combinándose con las luces multicolores, en aquellos rayos domando a sus presas, seduciéndolas en un juego de vaivén de caderas. Leonas que se comen a sus pequeños gatos.

Estoy en búsqueda de una novia. Estoy necesitado, la soledad me está matando. Pero en todos mis intentos, en ninguno tengo éxito.

Cynthia es la única novia que he tenido en mi vida. La conocí en un juego online, ella era de otro país. Éramos una pareja virtual, pero después de cinco años de relación descubrí su infidelidad, me engañó, me destrozó, jugó con mi corazón y me destruyó por completo.

Fue difícil, pero le terminé. Ella me buscó, quiso tratar de volver conmigo, de solucionarlo todo. Pero soy una persona que nunca perdona. Soy de los que piensan que si una persona te falla una vez, te lo volverá hacer tarde o temprano otra vez.

Soy radical, he perdido fe en las personas, en las religiones, en todo. Ya no creo en nada, en mis venas corre la brutalidad de mis instintos. Últimamente he pensado en suicidarme, en hacerlo magníficamente, programando un gran espectáculo. ¿Por qué la gente se suicida? Por dos razones.

Una, porque simplemente no hay nada que lo ate a este mundo.

Dos, porque quiere llamar la atención.

Yo aún no puedo acabar con mi vida, tengo un pequeño angelito en mi casa que me espera. Rake, mi hermano, un niño especial que perdió la voz hace diez años.

Pero por más resistencia que tenga, no puedo controlar estos deseos de quitarme la vida. Mi único motivo por vivir, de a poco pesa menos en mi vida. Mi crisis existencial es densa, viscosa y venenosa.

¿Qué hago con todos mis lamentos? ¿A quién le escribo cuando mi cuerpo necesita un abrazo? Es fácil para los demás criticar cuando no viven tus heridas.

El asunto de no tener novia, el tema de la soledad, es un virus de terminales sin retornos. Son anestesias caducadas para mi cerebro. Mis dientes piden sangre, quiero despedazarme y servirme un menú de sesos a la marinera e hígado cocido con un buen jugo de calmantes.

Los suicidas no son ángeles escribiendo sobre el caos, simplemente somos filósofos frustrados en un arte de sangre y oscuridad.

Ahogado en mis propias palabras, la demencia juega con mis podridas neuronas. Pero no me importa, desde hace mucho tiempo no he sido tan feliz como lo soy ahora. Encontré una razón para no matarme.

Ella se llama Violeta, tiene un pelo rojizo, como si fuera sangre espesa. Ella fue dibujada con una boca de negras tinieblas, mantelada por una pulcra blanca piel y unos ojos verdes esmeralda de porcelana.

Mi vida le cobró a mis sentidos un poco de cordura. Ella era tímida, hablábamos todas las noches en las redes sociales, variábamos de temas entretenidos y de mucho interés, pero por alguna extraña razón no le gustaba hablar por teléfono. Su voz era como cientos de corales angelicales como si cantara la entrada del apocalipsis y el cuarto jinete.

Éramos ella y yo en un cuento de venas y cuchillos literarios. Nosotros dos nos enamoramos perdidamente uno del otro, como si fuéramos dos adolescentes descubriéndose íntimamente por primera vez. Ella se había mudado a mi casa. Ella era los soles de mi universo. Siempre le compraba ropa, joyas y muchos perfumes. Todos mis regalos eran costosos. Por extrañas razones a ella no le gustaba salir a la calle conmigo, aunque yo no me preocupaba mucho. No me gustaba que nadie viera lo linda que era ella.

Yo la amaba tanto que le pintaba las uñas de sus manos y sus pies. Yo la idolatraba tanto que le arreglaba y le secaba su espléndido cabello. Yo la maquillaba todos los días, le servía puntualmente la comida.

Yo le era fiel, yo era su mascota favorita. Todas las noches prendía cinco velas, me vestía con mi mejor traje negro y con mi lujosa corbata blanca. «YO ERA SU ESCLAVO Y ELLA MI AMA».

Me llamo Gary, esta es mi historia de cómo me enamore de Violeta. Te confesaré algo, te contaré un secreto, ella no es una mujer de carne y huesos. Ella es una princesa de plástico. Es mi maniquí.

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