Capítulo final. XIII. -La autopsia de los fantasmas.

66 22 13
                                    

Narra Violeta:

La conciencia lentamente volvió en mí. Sentía un dolor terrible recorriendo todo mi cuerpo, mi cuello estaba rígido, la espalda adolorida, mi oído recobraba la audición y mi vista era aún borrosa. «JAJAJA», escuché aquélla carcajada borrosamente, no pude identificar de quién era esa voz, mis ojos cobraban de a poco la visión, tomé fuerzas de donde pude, tambaleaba en el piso; mi cabeza estaba a punto de estallar.

Recobré la claridad de todos mis sentidos, un dolor intenso y agudo sintió mis verbos cuando desperté por completo, enloqueciendo en un trance.

Mis piernas y brazos habían desaparecido, me desplomé en lágrimas mientras mi desgracia era celebrada por aquél tirano que admiraba su coagulado arte.

—Tuviste un accidente. Te pasaron cosas horribles, no creas que yo te quite los brazos y piernas, ¿de acuerdo? —dijo Roco con una endemoniada carcajada.

Mis gritos entonaban la desesperación final de todos los ángeles.

Roco sacó su sagrado libro bíblico y leyó: «Mateo 20:18-19. Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen. Pero al tercer día resucitará».

Al terminar su lectura, guardó su biblia dentro de su bolsillo, se acercó a mí y me habló de sus hazañas con una sádica perversión. —Sé lo que ibas hacer, querías suicidarte y luego renacer para lastimarme. ¿Verdad? —aseguró Roco, con una monstruosa carcajada.

Él caminó alrededor de mí, mientras continuó hablando. — ¡Sorpresa! Las cosas no salieron como tú querías. ¡Qué hermoso! Apuesto que pensaste que eres una suicida profesional. No puedes engañarme, yo sé la verdad. Menos mal que me enteré de tus planes —dijo Roco con una retorcida carcajada.

Lentamente, él se acercó a mi rostro, me sentía violada con aquellos ojos negros que desfilaban demencia. —Estoy aliviado, me siento completamente tranquilo, pero aún tiemblo un poco. Me rehúso a vivir con temor, siento como que acabo de limpiar un desastre, ésto no es como limpiar comida que se cayó al piso, ni siquiera como limpiar diarrea, sino algo mucho peor todavía —dijo Roco, con una carcajada tan horrible que helaba todos los rincones de mi piel.

—ESTOY HACIENDO MÍ DEBER COMO CRISTIANO, COMO TODO UN HIJO DE DIOS —gritó él, emocionándose.

Mi odio recorrió por todas mis entrañas y disparé mis palabras contra él. —Tú no eres un hijo de Dios, sólo eres un demonio que se pudrirá en el infierno —grité en mi amputada anatomía femenina.

Roco cambió su rostro a uno más serio y tranquilo, se acercó, y empezó a predicar sus malvadas palabras. — ¿Un demonio? ¿Sabes qué es lo que soy? ¿Sabes cómo pude despertar? Porque aunque no lo creas, aún recuerdo cuando estaba en el vientre de mi madre y escuchaba todas aquellas poesías que se inyectaban en mis venas. Ella tiene la culpa, cúlpala a ella, no a mí —narró Roco, con un tono de voz tranquilo y calmado sin sus carcajadas. Mientras que él caminó hacia la esquina de la habitación.

Él tomó una pequeña pausa y continuó hablando. — ¿Sabes qué más recuerdo? Recuerdo aquella niña vestida de rojo entrando al funeral de mis padres, predicando sobre la naturaleza y filosofía de las personas. Ese día aprendí que los entierros son actos para celebrar la muerte de nuestros seres supuestamente queridos —dijo Roco, mientras él estaba de frente a un cofre negro.

A continuación, él abrió el cofre y en sus brazos cargó algo que parecía el cuerpo desollado y muerto de una persona.

Me negué a mí misma lo que veían mis ojos, pero mis lágrimas y desesperación no pudieron soportar el crudo sentimiento del dolor.

Roco cargaba el cadáver de mi hermano.

A continuación, dejó el cuerpo sin vida al lado de mí.

Roco en su profunda locura y en su mortal imagen. —Bienvenida al funeral de tu hermano —gritó él.

Grité desgarrándome la garganta, desprendiendo mis sentidos y apuñaleando mi humanidad.

Roco, se acercó a mí y me habló. — ¡Vamos! ¡Sé que te quieres reír! ¡HAZLO!, ¡SÓLO DÉJATE LLEVAR! —gritó.

Mi cuerpo traicionaba a mis delirios al mismo tiempo que las estrellas se volvían pedazos de lágrimas. El temblor se extendió en todo mi cuerpo.

Temblaba mientras sonreía, me reí por unos segundos del clima y sus desastres, del cielo y sus campanas, del caos y sus profetas.

— ¿Tú o yo? ¿Quién es el verdadero demonio? —se preguntó Roco, mientras admiró mis risas funerales.

En ese instante mis carcajadas se detuvieron, la poca cordura que aún me quedaba me hizo consciente de lo que mis ojos estaban apreciando, no sé si era una alucinación o era real, sólo sé que mi alma se derrumbó.

El cadáver de mi hermano se arrastraba lentamente hacia mí. La piel de sus brazos y piernas se desprendían de su cuerpo, exponiendo el músculo en carne viva, en medio de mis gritos me arrastré hacia él.

—NO LO PUEDO CREER, ÉSTO NO PUEDE ESTAR PASANDO. ES IMPOSIBLE. DIOS, GRACIAS POR DARME VIDA Y OPORTUNIDAD DE PRESENCIAR ESTA ALUCINANTE OBRA DE ARTE Y CREACIÓN —gritó Roco con una voz enloquecida.

Me quebré por completo, ya había olvidado el tono de su voz, pero lo impensable ocurrió. —Hermana, ¿estás viendo lo mismo que yo? La casa de abuela es hermosa. —Mi hermano habló en medio de su agonía ilusoria, me ahogué por dentro, tenía más de una década sin escuchar su voz.

Mis ojos se derrumbaron en lágrimas, colapsé dentro de mí. —Sí, la estoy viendo. Es hermosa la casa de abuela.—Mentí, mientras que mi hermano agonizaba.

—Hermana... Hermana... Sé buena, te amo... —Se despidió, sentí como su vida se le escapaba de su moribundo cuerpo.

Fue escalofriante respirar el lento invierno, sentí cómo todos mis sustantivos perdieron el aliento.

Aquel nefasto paisaje de tragedia y dolor, Roco caminó en su gracia más absurda en el funeral de sus retorcidas palabras.

—Fue maravilloso todo ésto. Dulce y siniestro. Delicioso y macabro. Tenemos que guardar un lindo recuerdo. ¿Estamos de acuerdo? —propuso Roco, mientras giró su cuerpo.

A continuación, sacó una cámara, apuntó a su rostro sobre mi cuerpo y el cadáver de mi hermano.

— ¡Una selfie! ¡Sonrían! —ordenó él, inmortalizando su arte en una foto perversa.

IncorrectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora