Capítulo VII. -La tumba de los que no se arrepienten.

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Mis sexuales deseos reprimidos, desaparecieron con el despertar del sol y con la llegada del mensaje de texto remitido por el fantasma que tenía apresado a mi pequeño hermano y a Violeta.

Con inmensa angustia revise mi celular. A continuación; cuidadosamente miré el mensaje:

QUERIDO GARY

Mañana tendrás de regreso a Rake y a Violeta. Siempre y cuando cumplas con lo que tienes que hacer hoy.

Es simple lo único que te pido es que aprendas tres versículos de la biblia:

Mateo 22:39. (Castigarte a ti mismo con el cinturón de cuero).

Filipenses 4:13. (Comer cucarachas y gusanos).

Salmo 23:1. (Beber un litro de aceite).

Cada versículo lo repetirás por cuatro horas; arrodillado y cumpliendo la penitencia de cada uno. Todo lo grabarás en un vídeo con lujo de detalles, envíamelo por mensajería, será un total de doce horas de grabación, no quiero perderme ni un minuto de tu redención.

Cuando lo finalices y yo compruebe que lo hiciste al pie de mis instrucciones; te devolveré a tu pequeña familia.

Aunque estoy seguro que a Violeta, la tendrás de regreso esta noche.

Es muy importante que aprendas la biblia, ya que de eso dependerá tu crecimiento como cristiano.

En ningún momento podrás ingerir alimentos o beber agua. Si lo haces, me enteraré y tu familia pagará tus faltas.

Tienes que seguir las reglas, si quieres ser feliz. Te dejé en la entrada de tu puerta una bonita caja que contiene los materiales de tus penitencias.

Disfrútalo y espero que veas la luz.

El mesías.

Al terminar de leer aquel mensaje, el terror invadió mi corazón, la curvatura de mi sonrisa se hacía cada vez más grande y macabra. —Está bien —dije, invocando la alegría de los demonios del decimocuarto infierno de estrellas.

Me dirigí a la puerta; a continuación abro despacio la puerta.

Me percato de la presencia de una pequeña caja de cartón, estaba totalmente sellada, la tomo y me introduzco de nuevo a mi casa.

La abrí con una inmensa ansiedad, rompiendo sus esquinas.

La caja contenía un cinturón de cuero y dos frascos transparentes; uno albergaba cucarachas y gusanos vivos, y el otro aceite vegetal.

Hice un gran espacio en mi sala, me preparé para la gran inquisición de mi carne y para la crucifixión de mi alma.

Coloco mi celular sobre una repisa, ubicada a una dirección que podía enfocar el medio de la sala.

No me desvestí, aún cargaba puesto mi pantalón negro y mi camisa blanca, si muero; moriría con orgullo y dignidad.

Coloco un cronómetro en mi muñeca derecha para llevar el conteo del tiempo.

Envuelvo el cinturón de cuero en mi diestra. A continuación, apreté «play» en mi celular, e inicié el cronómetro.

Iniciando el preludio de mi castigo carnal.

«Mateo 22:39. Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Me agredía una y otra vez con el cinturón, repitiendo sin descanso la escritura sagrada.

El cuero aflojaba lentamente mi manto carnal; mi carne se estaba desvistiendo poco a poco, mi camisa blanca se coloreaba de rojo.

Agonizaba con el intenso dolor de mi piel al desprenderse de mi cuerpo.

Inevitablemente mis pensamientos recordaban todas las veces que caminé por las calles y no les daba dinero a los méndigos que me pedían una colaboración.

«Mateo 22:39. Amarás a tu prójimo como a ti mismo», repetía sin cesar, mis gritos articulaban agonía, recordaba todas las veces que odié a las personas cuando las ignoraba y las maltrataba con mi rencor.

Después de cuatro horas; mi primer mandamiento había terminado.

Mi cuerpo estaba malherido, no me importó y busqué aquél frasco de cucarachas y gusanos vivos.

Inmediatamente, me preparé para mi segundo castigo.

«Play», e inicié el interludio de mis culinarios castigos convertidos en alimentos.

«Filipenses 4:13. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Lo gritaba con toda mi alma, mientras destapé el frasco y me llene mi mano derecha de gusanos y cucarachas vivas.

A continuación, me introduje los insectos y las larvas blandas y alargadas. Sentía como luchaban por escaparse de mi boca, cerré los ojos y tragué hasta el fondo.

Sentí aquél fétido sabor impregnándose en mis papilas gustativas, sentí nauseas, mareos.

Unas ganas de vomitar se apoderaron de mí, pero me mantuve firme y resistente.

«Filipenses 4:13. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Gritaba con una articulación llena de ansiedad que me alimentaba torturando una y otra vez mientras que mis memorias recorrían todos aquellos episodios en mi vida; las veces que abandoné el instituto, la vez que me deprimí fuertemente cuando terminé con mi pareja. Todas las veces que fui débil y vulnerable.

Mi segunda tortura finalizó, no estaba en condiciones para mantenerme de pie, pero mi voluntad fue resistente; así que con la poca fuerza que me quedó, caminé y busqué mi última ofrenda, aquél frasco lleno de aceite vegetal.

Preparé el escenario y di la entrada a la última sonata musical de mi cruzada.

«Salmo 23:1. Jehová es mi pastor; nada me faltará». Articulaba con un tono débil y agonizante en mi voz, repetí aquellas palabras que adornaban mi último encuentro mientras me bebía en pequeños sorbos el aceite inmaculado. Sentía cómo mi garganta se secaba y me quedaba de a poco sin voz.

«Salmo 23:1. Jehová es mi pastor; nada me faltará». Agonizaba repitiendo aquel versículo, mientras que mis memorias atacaban la profundidad de mis entrañas. Recordé cómo nunca me falto comida, ni agua, ni ropa, ni dinero y siempre me quejaba. Era inconforme en todos mis años de vida.

En estos momentos daría cualquier cosa por comida y agua. Pero mi voluntad era de acero, tenía que rescatar a Rake y a Violeta. Me negué a rendirme y obligué mi cuerpo a seguir hasta tomarme la última gota de aceite mientras repetía aquél bíblico versículo final. «Salmo 23:1. Jehová es mi pastor; nada me faltará».

La campana del apocalipsis de mi reloj marcó el final de mi tercera tortura.

Me levanté del suelo, tomé mi celular y guardé el vídeo.

Inmediatamente se lo envié por mensajería y guardé mi celular dentro del bolsillo de mi pantalón; era un poco más de la media noche. La oscura luna añil y nevada se ocultó entre las espesas nubes que cubrían aquella sala decorada de enseñanzas bíblicas.

Me dirigí a la nevera, tomé agua, y sentí cómo la gloria entró por mi mártir cuerpo. Mis párpados se cerraban. A continuación, me encaminé a mi sofá y caí rendido como una tumba.

Perdí totalmente la conciencia y el sueño se apoderó de mi cuerpo.

IncorrectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora