El doctor Frank disminuyó las sesiones después de eso. Pero cuando llegué el día de ayer, entré a una oficina oscura con una silla en el centro de la habitación. Me guio a la silla y me pidió que me sentara y mirara al piso. Lo hice. Me dejó en la habitación y regresó con un espejo de cuerpo completo. Me puse de pie, lista para echarme a correr. Él me calmó y me senté de nuevo. Puso el espejo frente a mí. Cerré mis ojos y sentí el pánico familiar asentándose. Mis palmas estaban sudando, bilis se elevó por la entrada de mi garganta, el latido de mi corazón era tan ruidoso que podía escucharlo en mis oídos. Quería correr, vomitar o ambos.
—Abre tus ojos, mira a tus pies —dijo el doctor.
Me recordé que esto era lo que yo quería. Inmersión. Confrontar mis miedos. Abrí los ojos y me enfoqué en mis pies. Desplacé la mirada y vi mis piernas a través del espejo. Los latidos de mi corazón se incrementaron un poco, pero aguanté con fuerza. Moví la mirada hacia mi pecho, estudiando mis manos por un momento, las cuales se aferraban al regazo de la silla como si mi vida dependiera de ello. Mi estómago se contrajo ante el pensamiento de ver mi rostro, pero alcé la mirada de nuevo.