7. Armonía

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Los días fueron pasando lentamente y para ser honesta, fueron los más relajantes.
No volví a cruzar ninguna palabra con Mario desde que acepte su misterioso trato.
De hecho, no lo veía como era de costumbre. No es que me gustara estar viéndolo todo el día, pero su ausencia me tomó a la deriva.

Su rutina era salir a correr por las mañanas y por las tardes se iba con alguno de sus amigos.
Regresan a horas inapropiadas, algunas veces llagaba al amanecer y en el día se veía consternado por eso.
Me pregunté cuántos años tendría para que tuviera esa libertad de volver a casa a la hora que se le antojara. Debía tener 20 años a lo mínimo, pero aún así, debía tener un poco de respeto y consideración hacia nosotros. Pero parecía que yo era la única que se mortificaba con respecto a eso ya que ni mis padre , ni Melina - que era responsable de Mario - se daban la molestia de llamarle la atención.

Sabia con certeza que si fuera yo la que actuara asi, papá y estaría inscribiéndome en una escuela de monjas con la finalidad de tener un comportamiento adecuado.
Me parecía totalmente injusto que tuvieran preferencias con Mario sólo por el hecho de que era hombre.

El sábado por la mañana, inicie el día con una deliciosa ducha. Luego de terminar, bajé felizmente por las escaleras y me dirigí a la cocina.
Mi alegría se debía a la armonía de no ser molestada por el intruso. Era como si se hubiera rendido a fastidiarme, pero apesar de la inmensa falicidad, se escondía una inseguridad detrás de ello.
Sabía que tenía que seguir a alerta a cualquier comentario o movimiento, a Mario lo consideraba como un felino que en cualquier momento podría atacar, tomando a su víctima desprevenida.

El desayuno, que estaba compuesto por huevos fritos, tocino, fruta y cafe fueron suficientes para que estuviera satisfecha.
Después de todo no eres una mala cocinera.
Aunque debería aprender un poco mas sobre cocinar, no sobreviviría a base de cereales y comidas rápidas todo el tiempo.

En ese instante, Mario llegó a la cocina y trate de no atragantarme. Diablos, si que era atractivo apesar de que estaba vestido de manera informal. Llevaba una camiseta de tirantes blanca,  shorts negros que le llegaban por de bajo de la rodilla y tenis deportivos dignos de soportar carreras olímpicas.
Su aspecto era lo que me ponía nerviosa. 

Tenía que admitir que se veía sexy sin importar que su rostro estuviera asoleado y transpirado.
Me parecía una locura pensar que las horas de sudor que caían por su frente, formaban parte de su atractivo.

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El Huésped || MBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora