Eran las ocho treinta p.m de un veintitrés de diciembre de mil novecientos treinta y nueve; la segunda guerra mundial había comenzado hace ya un par de meses.
Navidad se aproximaba y muchos soldados la pasarían solos. Al igual que Rouse; una joven que se había mudado el primer día del último mes del año a un departamento frente al Central Park.
Había llegado hace instantes del trabajo; su última jornada laboral del año ya había terminado y decidió festejarlo encendiendo la estufa y envolviendose con unas sábanas afelpadas en el sillón que daba hacia la ventana; donde podía apreciar la hermosa vista que le ofrecía Central Park.
Se quedó tiesa abrazando sus piernas mientras esperaba recuperar su calor corporal, hasta que, casi sin querer hacerlo, dirige su mirada hacia la puertas arrimada de la cocina, donde podía divisar la mesa y las cartas que había recibido por la mañana y prometido leerlas después de volver del trabajo.
Echando un suspiro se levanta y, aún envuelta en frazadas, camina hacia la cocina. Donde pone a hervir la pava mientras prepara una taza con un saquito de té y azúcar. Al estar esto preparado, se sienta frente a las cartas calentando, cada instante, sus manos con la taza; el calor de la estufa aún no había llegado a la cocina, pero ya con el té, eso no le molestaba mucho.
-Cuentas, cuentas, cuentas-comienza a leer en voz alta los remitentes mientras las acomodaba una detrás de la otra- ¿Oliver Dunkan?.
No conocía al remitente de esa carta, y en un principio creyó que le habían entregado el correo de alguien más. Hasta que vio que la dirección escrita era la de su casa. Así que decide abrirla y leerla."Hola Dr Grey, sé que llevo tiempo sin escribirle pero quería saber de usted y de mi madre. Aunque ya me llegó la noticia de que murió hace unos días, quisiera saber dónde la enterraron y más detalles de su muerte.
Oliver Dunkan"Una carta bastante "seca" creía ella, pero su curiosidad la mandó a indagar un poco más; quería saber quién es ése tal Oliver y para quién iba dirigida la carta.
Por la manera simple que se encontraba escrita sabía que, ese tal Oliver, solo le había escrito por obligatorio.
Rouse ba hacia el teléfono que se encontraba pegado a la pared junto al refrigerador.
-¿Hola padre?...si, feliz Navidad para ti también -mira el reloj que se hallaba en la pared detrás suyo; faltaba media hora para que diera las doce - sé que es tarde pero...antes de que esto pudiese olvidarme -se excusa con rapidez - ¿quién es el Dr Grey? Es que me acaba de llegar su correspondencia y yo...-su padre lo interrumpe sin dejarla hablar por varios minutos -ya veo. Muchas gracias y saludos a la familia.
Al colgar se recuesta contra la pared sosteniendo la carta muy en frente suyo. El Dr Grey era el antiguo dueño de la casa y vivía sólo; era un hombre frío y difícil de tratar. Según cuenta su padre, quien a penas pudo llegar a un acuerdo con él al comprarle el piso que mas tarde ocuparía su hija Rouse.
El frío de la pared comienza a envolverla haciendo que, un escalofrío, recorriera todo su cuerpo.
-¡Que frío!
Se envuelve aún más en sus sábanas caminando a paso corto hacia la habitación. Había tenido un largo y agotador día en el trabajo y no le apetecía quedarse por más tiempo despierta.
Junto a su cama, se encontraba una mesita de madera con una lámpara arriba, y allí decide dejar la carta de "Oliver". Para luego perderse en ese mar de sábanas y almohadas.
-Si mi madre me viera en estos momentos me mataría- se dice acurrucandose.
Antes, en los días festivos y cumpleaños, la familia se reunía y pasaban un buen momento juntos. Pero, luego de la muerte de su madre, todos se distanciaron.Al otro día el reloj que colgaba en su habitación marcaba las ocho y catorce de la mañana. Era 25 de diciembre y la había pasado en cama. Luego de contemplar el reloj por unos minutos, perezosamente se levanta. Aún llevaba puesto el uniforme y se acababa de percatar de eso. Se dirige al baño donde llena la tina y, mientras ésta se cargaba, se desnuda en frente del espejo que se encontraba en la puerta de su habitación. Lo contempla. No a ella, sino la carta que se reflejaba por el mismo ¿Quiénes podrían ser?
Tan veloz como puede apaga la canilla y se baña; casi olvidaba que su padre le había dado la nueva dirección del Dr Grey y no quería perder más tiempo del que ya se encontraba perdiendo.
Al terminar de bañarse se pone un vestido rojo con botones al frente. Unos zapatos con tacos no tan altos. Guantes de un tono distinto. Y un tapado afelpado que cubría desde su cuello hasta los hombros.
Y sale de la comodidad de su hogar paseándose un día, no tan concurrido, por la ciudad. Hasta que llega hacia donde su padre le había indicado.
Era un consultorio médico.
-Disculpe -se dirige hacia la recepcionista -quisiera hablar con el Dr Grey.
Rouse apenas contenía la emisión ¿un consultorio médico abierto en Navidad? La recepcionista tampoco se lo podía creer, aunque su rostro era más bien de enfado y resignación al mismo tiempo.
-Tiene suerte- expresa con ironía - está desocupado. Solo pasa.
Rouse toca la puerta de una oficina donde tenía escrito:
"Dr Willian Grey"
Luego de oír una respuesta proveniente del otro lado entra con timidez. Y descubre bien sentado a un hombre con casi la misma edad que ella- o eso aparentaba -, de cabello rubio bien acomodado hacia la derecha de su rostro; un rostro pronunciado que dejan ver. Y admirar. Unos ojos, casi achinados, de color miel, rozando lo verde.
-No seas tímida- la invita a pasar con una cálida sonrisa que dejaban al descubierto unos perfectos dientes blancos.
Luego de tragar saliva Rouse entra. Se sentía intimidada ¿por su belleza? Es ahí cuando empieza a entender el famoso dicho "Tan lindo que asusta".
-Hola -se sienta en frente de él - soy Rouse; vivo en el departamento donde antes vivía usted. Y me llegó ésta carta. -dice a la ves que la saca de unos de los bolsillos del vestido - Disculpe si ya la eh abierto. No tenía ni tengo excusas por haberlo hecho.
Grey la mira de reojo a la ves que examina la carta por fuera. Las últimas palabras de Rouse hicieron que dejara notar una sonrisa picarona. Luego mira en su interior desplegando el papel que llevaba dentro y la lee. Levantando una ceja y echando un agotado suspiro coloca la carta boca a bajo en su escritorio.
-Es un idiota.
Éstas palabras retumbaron en la cabeza de Rouse; como si el insulto fuese dirigido a ella. Le dolió.
La mira confundida y esperando una explicación de por qué se había expresado así con un soldado que está sirviendo a su país. Pero a cambió recibe una mirada sin culpa y una sonrisa digna de llamarla "estúpida".
-Con el debido respeto- dice Rouse intentando no alzar la voz levantándose del asiento y tomando la carta- no creo que deba dirigirse de esa manera con un soldado que podría encontrarse en una batalla en estos momentos.
-Ese es el problema señorita- responde sacándose los anteojos para luego limpiarlos con un pequeño pañuelo y así levantarse también de su asiento- es lo que usted cree.
Esto ultimó dicho por Grey hace que la sangre de Rouse hirviera y hace algo del que luego se arrepentiría.
Le da un bofetón.
-Buenos días.
Dice luego marchándose del lugar.
La secretaria, que lo había oído todo, la ve irse sin despedirse. Como acostumbraban los pacientes. Esa mujer la había intimidado.
Rouse no lo puede creer ¿cómo se atreve hablar así de un soldado? Su padre era un veterano de guerra y ella lo admiraba y respetaba mucho, al igual que respetaba a los soldados enlistados en esta guerra y aborrecía a la gente que despreciaba a éstos hombres de batalla.
En medio de su discusión mental con el Dr Grey ve un restaurante abierto. Decide entrar y sentarse en una de las mesas alejada de la puerta y junto a una ventana.
Hace mucho que no comía fuera de casa, pero, en esta ocasión, lo sentía necesario.
La hora del desayuno aún no acababa así que pide waffles con miel y un café.
Ya se sentía mal por la bofetada. Suspira y saca la carta de su bolsillo para contemplarla una ves más antes de volver a guardarla.
-Disculpe- se dirige a la camarera que le había atendido- lo que le acabo de pedir ¿puede ser para llevar?
Llega a su casa poniendo una bolsa de papel con su desayuno dentro sobre la mesa. Se saca los zapatos y el tapado con un objetivo en mente; contestarle al soldado.
Se sienta frente al escritorio que tenía en su oficina. Donde antes solía sentarse a estudiar. Y comienzan:
"Oliver. D:
Lamento informarle que el Dr Grey ya no vive aquí. Soy la nueva inquilina del departamento. Tuve la oportunidad de hablar con él. Desearía no haberlo hecho.
Si puedo hacer algo para ayudarlo no dudes en escribirme.
Sinceramente Rouse Kruselniski."
Borra lo último dejándolo como "Rouse. K" su apellido era de origen alemán. Al igual que su familia.
ESTÁS LEYENDO
Escribiendo a un extraño soldado
RomanceUn extraño amor como el de los tiempos moderno...pero con cartas.