Capítulo V

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Al abrir sus ojos vio el cabello de Marlen enredado, sonrió y se acercó más a ella, la abrazo y ella respondió tocando sus brazos, también sonrió.
Su padre abrió la puerta de su cuarto y los vio acostados semidesnudos, ambos reaccionaron asustándose, los miró.

— Bueno, al menos ya se que no eres marica realmente.

Cerró la puerta, bajó las escaleras y azotó la puerta principal, ambos se miraron a los ojos y comenzaron a reírse, empezaron a besarse, ya extrañaba sentir sus labios, terminaron comiéndose su mal aliento matutino a besos, ella se levantó mientras el deleitaba su vista con aquellos cacheteros con figuras de osos animados.

— ¿A dónde vas? – preguntó Dominic mientras sonreía, hace mucho tiempo que no lo hacía sinceramente.
— A preparar el desayuno, tienes que tener hambre.
— Déjalo, ya has hecho mucho por mi, limpiaste la casa, me esperaste no sé cuántas horas, es mucho.
— No lo haría si no te amará – salió del cuarto y se encaminó a la cocina.
Nuevamente la conciencia de Dominic le provocó dolencia, no solo en la cabeza, también le empezaba a joder el corazón, tensó su mandíbula, se levantó de la cama y tomó su pantalón, de el saco un pequeño fajo de billetes, los metió en una pequeña caja de madera que tenía en la parte más alta de su librero.

Salió caminando hacia la cocina, al entrar vio a Marlen cocinando, se dirigió hacia ella y la abrazo por la espalda.

— Te juro que me encanta tu comida.
— A mí me gusta cocinarte, apuesto lo que quieras a que no has comido algo decente.
— Si por decente te refieres a algo hecho con cariño – beso su cuello – amor – beso su oreja – y mucha dedicación… no, apenas y he comido poco más que comida rápida.
— Me alegra mucho hacerte algo decente para comer, ahora siéntate y provecho.

En cuanto lo hizo Marlen le sirvió un plato con un par de chuletas, dos huevos estrellados y un poco de arroz, mientras Dominic comía, ella le picaba un poco de fruta, se la sirvió en una copa y le añadió yogurt de fresa, le sorprendió que en el refrigerador hubiera fruta más o menos fresca.

Ella no podía evitar verlo, le hacía feliz ver la forma en la que comía, lo hacía con una sonrisa, se sentó frente a él e igual comenzó a desayunar.
Son esos pequeños momentos los que fortalecen una relación, el preocuparse mutuamente por las necesidades del otro no hace más que demostrar lo bien intencionado que se es.

Cuando terminaron se preguntaron si irían a la universidad, ya eran las 11 de la mañana y prácticamente habían perdido la mitad de todo el día así que decidieron no hacerlo, prefirieron irse a la sala, Dominic bajo una cobija y en el sillón principal ambos se acostaron a ver películas, fue todo lo que hicieron durante la tarde.

Una tarde llena de sonrisas y felicidad, lo único que hacían era reír y pasársela felices todo el tiempo que estuvieran juntos, incluso se preguntaron cosas muy dulces, como por ejemplo:

¿Cómo serán nuestros hijos?
¿Cómo será nuestra casa?
¿Tendremos perros o gatos?

Cosas así, a Dominic si le interesaba tener una vida a su lado, realmente lo quería, lo único que tenía que hacer era evitar que ella descubriera su secreto, a veces las personas tenemos secretos no porque sean malos, más bien para evitar lastimar a quienes amamos, preferimos cargar con ese peso que hacerles daño a nuestros seres queridos, esa es una prueba enorme de lo que es realmente el amor.

Cuando el crepúsculo había llegado y el sol caía ocultándose entre las montañas, ambos se disponían a irse, su padre aún no había llegado y se había ido en el auto así que optaron por el transporte público, era más lento pero no tan lento como ir a pie.
Cuando llegaron a su casa les costó trabajo despedirse, principalmente porque habían tenido un momento hermoso y no querían que se terminará.

Un Desencanto EncantadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora