Orgullo chispeante y ansiedad peligrosa

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Nova

«4 DE ENERO, 13:26H»

Tay no dejaba que supiera en donde se escabullía cada vez que me encontraba a Lyon deambulando por casa; esa siempre fue una señal de que no estaría presente.

—¿Y bien?

Que desaparecería por días, dejándome sola con él.

—¿Y bien qué? —pregunté, atenta a la televisión.

Yo nunca sabría el verdadero motivo de su fuga, no mientras Lyon estuviera aquí para vigilarme.

—¿Le dijiste?

—¿Decirle qué? —Lo miré de reojo.

—¡Dios mío, Nova! Sobre lo que me contaste... ¿la semana pasada? —Se golpeó la cabeza con el control de la play—. El día que vimos Spider-Man en mi casa y lloraste cuando Peter no pudo salvar a Gwen.

Ah, el día que confesé mi mayor secreto a la persona equivocada.

—¿Por fin le dijiste lo que sientes?

—No.

—¿Por qué? Pensé que se lo dirías el día de la fiesta—A diferencia de mí, Lyon sí volteaba a verme cada vez que respondía, con unos ojos que creía que en cualquier momento iban en convertirse en dos diamantes negros.

Era increíble. Si no enfocaba su atención al 100% a una pantalla de 65 pulgadas, significaba que mi triste vida amorosa era más interesante que darme una paliza en su videojuego favorito.

Pero la verdad era que no quería hablar de ello, en absoluto. No ahora que se había ido de nuevo.

Cuando desperté, la casa estaba vacía. Yo y el silencio juntos, sin desayuno y sin los panqueques que me prometió antes de irnos a dormir, sin un "buenos días" que pudiera levantar el poco ánimo que me quedaba al estar rodeada de paredes demasiado limpias para mi gusto.

—No quiero hablar de eso ahora, Lee. —Mis dedos perdieron el control por un momento—. Ese día ya sabes cómo terminó.

Yo estaba en pijama todavía, sin la motivación requerida para arreglar el desorden que esta casa encarnaba ni desempacar las cajas que todavía seguían llenas, asi que no esperaba un mayor regalo de distracción que lo que me ofrecía el estar ahí: sumida en un juego de pistolitas.

—Perdona. Solo quiero que estés bien. —No se fijó en mi reacción esta vez. En su lugar, hizo lo que menos esperé que hiciera desde que lo conocí y nos volvimos rivales en Overwatch: apagar la consola a mitad del juego. Por mi parte, no reaccioné, tan solo me quedé ahí con el control en la mano y contemplando la pantalla negra. Hubo una larga pausa de varios minutos, entre aclaraciones de garganta y suspiros lanzados al aire, hasta que finalmente se atrevió a decir—: Confesar algo que has estado ocultando por años, te hará sentir mejor. Mejor afuera que adentro, dijo Shrek.

Esas dos últimas palabras con un canto al final fueron suficientes para causarme un carcajada.

—Al menos, te he hecho reír —sonrió.

—Ya... no es que no pueda, solo que no me apetece hacerlo siempre.

—Y por eso me necesitas a tu lado. —Me dio un codazo—. Cuentas conmigo, ¿lo sabes, no?

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