t r e s

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    La noche estaba fría, más de lo usual, y aunque estuviera tapada sentía que su habitación era el núcleo de aquel inminente clima gélido. Inhalo y exhalo con lentitud, tratando de relajarse, se sentía tan rígida y entumecida. Entre la bruma de la consciencia e inconsciencia escuchó su puerta abrirse con cuidado y un peso al costado de su cama, en la esquina. Sintió una cálida mano en su pierna derecha y ella se removió, disgustada.

—Sé que no estás durmiendo—alguien susurro con cuidado, Rin abrió sus ojos y con cansancio miró al intruso en su cuarto—. Te ves terrible, ¿desde hace cuánto que no duermes bien?—Cuestiono mientras hacía fricción con su mano en su pierna, logrando que la calidez se esparciera. Rin se estremeció.

—¿Qué te hace pensar eso?—Contraataco mientras alejaba su pierna de aquel tacto familiar y reconfortante, sentándose y mirando a su hermano con lo que podría denominarse incomodidad.

—A primera vista no se nota, pero si te fijas bien están todas las señales de cansancio y unas ojeras apenas visibles—explicó mientras la observaba, abrumada Rin bajó la vista a su colcha rosada con lunares blancos.

—¿A qué has venido tan tarde?—Simplemente cuestionó en un murmullo, repentinamente sintiéndose somnolienta.

—Solo quería comprobar que estuvieras bien, desapareciste a mitad de la cena y me preocupé por más que mamá haya dicho que no era nada grave, ¿qué te está sucediendo, Rin?—La nombrada odió la forma en que aquellos ojos le miraron, con honesta preocupación.

    Tú me sucedes, siempre eres tú...

—No es nada, la pubertad quizás—intentó minimizar aquella preocupación, aunque no con tanto éxito.

—No te creo—la respuesta dura de su hermano le hizo querer llorar por alguna razón.

—¿Qué quieres de mí?—Agotada preguntó en un vano intento de que se fuera, de que se vaya y la dejara en su miseria nuevamente.

—Qué seas la de antes, la risueña y dulce Rin—ella le observó ante aquella inesperada respuesta, una lágrima se deslizo por su mejilla izquierda y Len se alertó.

—¿Por qué crees que he cambiado? No te parece simplemente que la Rin de antes era feliz—murmuro con ácido mientras bajaba la mirada, odiándose al verse tan débil.

—¿Acaso no eres feliz ahora? ¿Por qué? ¿Qué está mal?—Sonaba suplicante, sonaba sincero, como si quisiera encontrar la forma de aliviarle aquel malestar.

    Yo estoy mal, y por ende siento que todo lo está.

—Tengo sueño, ¿podrías irte y dejarme dormir?—Pidió, pero Len se notaba reacio a dejarla, su lado protector saliendo a luz en respuesta a las lágrimas de Rin, casi como si pudiera oler su tristeza en el aire, qué absurdo.

—Está bien, descansa—decidió rendirse luego de un tiempo y besando su cabello se fue como llegó, en silencio.

    Rin se acomodó e intentó conciliar el sueño, pero simplemente consiguió que la conversación se repitiera una y otra vez en su mente.


    En ocasiones Rin creía que estaba envejeciendo, no es que ya tuviera signos de arrugas o canas, era un tipo de envejecimiento distinto. No tenía ganas de caminar, ni hablar de correr, y como odiaba el barullo del instituto por la mañana. Todos esos adolescentes risueños y sonrientes, riendo escandalosamente por nada y corriendo de aquí hacia allá solo porque podían. Tan vivos, tan deslumbrantes...

—Hola, lesbiana—Galaco saludó cuando se posó a su lado, Rin sonrío levemente ante ello.

—Me alegra que estés tomando los rumores de buena forma—expresó y su amiga se encogió de hombros.

Bajo el agua.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora