YO SOY LA MUERTE

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 No fue su culpa. Estaba echando gasolina en la bomba de laprincipal de Las Mercedes, un lunes en la tarde, regresando de unchequeo médico en la Asociación de Profesores de la UCV. Al pareceren el carro de al lado había un secuestro y un policía de Baruta decidióinvestigar. Se armó un tiroteo. 

Se rasparon al policía, a uno de losmalandros y a mi papá.La bala atravesó el vidrio de su Caprice Classic y se le metióen el ojo izquierdo. Murió en el sitio, en el mismo Caprice Classic enel que me llevó al colegio durante años. Probablemente ni se enteró. Alo mejor escuchó un ruido, se volteó y boom... murió sin derecho a unaúltima reflexión.Mi único consuelo era ese. Sabía que si mi padre hubiesemuerto poco a poco, por un tiro en el pecho o desangrado, hubiesemuerto pensando que todo era culpa mía. 

Para él yo representaba larevolución, y para él no había duda de que morir asesinado, en laVenezuela del siglo veintiuno, era morir a manos de la revolución.La noticia salió en internet primero, en varias páginas deoposición."Padre de empresario oficialista entre víctimas de tiroteo deLas Mercedes".Los comentarios de los usuarios eran escalofriantes. Todos, ocasi todos, celebraban la muerte de mi padre."A ustedes también les toca chaburros"."Una rata menos, ojalá los maten a todos"."Falta que digan que la vaina es culpa de la CIA"."Uno no debe alegrarse por la muerte de nadie pero...JAJAAAAJJJAAJ...""No sean degenerados, porque el hijo haya sido un hijo deputa no significa que el padre merecía morir". 

No sé por qué los leía, pero no podía parar de leerlos. Cientosde personas, que nunca me habían conocido, celebraban la desgraciamás grande de mi vida. Y mi padre, que en paz descanse,probablemente los leía desde el más allá, y estaba de acuerdo conellos: les pedía que me hirieran, que me recordaran por siempre que yono soy inocente en este parricidio.Empaqué mi Colt Gold Trophy con varias municiones. Scarletse preocupó al ver que llevaría la pistola que me regaló. 

No vayas a cometer ninguna tontería 

–me dijo. 

—No te preocupes 

–la calmé y le di un beso–, es solo porprecaución. 

Todavía no sabemos si hay algo detrás del asunto y esmejor estar protegido.Le pedí a Scarlet que se quedara en California mientras yo ibaal entierro. No quería arriesgar su vida. Desde que recibí la noticia enel muelle de Venice Beach, hasta que me despedí de ella en elaeropuerto, no había parado de llorar. Scarlet lloró conmigo. Meacarició el cabello toda la noche, consolándome, diciendo que cuandoa la gente le toca no importa dónde está... la muerte llega...Me perseguía la imagen de mi padre con la cabeza perforadapor una bala, tirado sobre un carro en Las Mercedes mientras cientosde morbosos degenerados venían a verlo. 

Me atormentaba la idea delcamión de la morgue llegando a llevarse su cuerpo... Los oficialesrevisando sus documentos, robándose el poco efectivo que tendría,embolsillándose su reloj, llamando a mi madre, pidiéndole que viniesea reconocer el cadáver... Mi madre pidiendo un taxi, temblando demiedo, rezando para que no fuese cierto... llegando a la morgue,respirando el olor a sangre de propios y ajenos... viendo el rostroagujereado del hombre con el cual había estado casada durante casicuatro décadas... la luz de su vida... el padre de su único hijo... Mimadre arrodillada de dolor, confirmando que era en efecto el cuerpo,sin querer separarse de él... horrorizada para siempre, incapaz devolver a sentir más nunca la menor dosis de aquello que hasta ahorahabía conocido como felicidad...Bienvenido al infierno, Juan Planchard. 

Aquí llegan aquellosque matan a su padre. Aquí torturamos a quienes destruyen el alma desus madres. Aquí no hay dinero que te salve, no hay amor que teconsuele, no hay aviones privados ni experiencias culinarias... aquí nohay sino dolor... dolor eterno que quema, que muele los huesos, queaprieta el pecho, que pica los dientes, que sabe a asfalto, que huele abilis, que suena a uñas rasgando huesos de cuerpos mutilados...Conseguí un Gulfstream V que me llevó directo a Venezueladesde Burbank. Al aterrizar viajé en helicóptero a La Carlota y allí merecogió Pantera. Me dio un abrazo y me dijo que lo sentía mucho. 

Las aventuras de Juan PlanchardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora