CANGREJERA

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Scarlet me recibió en el aeropuerto LAX. El invierno habíallegado al sur de California en los últimos días, y ella vestía unsobretodo gris de Chanel. Me besó y me miró con cariñosapreocupación. 

¿Cómo estás? –preguntó. 

Era una pregunta tan sencilla, tan rutinaria, de tan pocosignificado en condiciones normales. 

Hanging in there –le dije en inglés. 

Era una expresión gringa que literalmente significa "colgandoahí". Pensé que quizá mi vida, de aquí en adelante, se trataría de eso:mantenerse de pie. Aguantar, seguir colgado de ahí... cualquiera quefuese ese lugar llamado "ahí". 

La sonrisa de Scarlet no había disminuido ni una pizca de suencanto. No puedo decir que al verla todo se arregló, porque más nuncase arreglaría todo. Pero sí sentí cierta esperanza. 

Se preocupó al ver mi dedo con vendas. Le dije que no eranada, me había cortado. 

En el estacionamiento, Scarlet me sorprendió con un regalo:me había comprado una Range Rover Evoque 2012, blanca, con todo eltecho de vidrio. Una especie de Jaguar levantado, con todos losjuguetes y accesorios. Una belleza. 

Yo estaba demasiado cansado como para tomar el volante. Leagradecí el detalle, monté mis maletas y le pedí que manejara. 

Scarlet no sabía nada de lo de mi madre. En los días quesiguieron al asesinato me había limitado a pedirle que no hicieramuchas preguntas, y prometerle que pronto estaría con ella. 

Pasar del infierno que acababa de vivir, al paraíso que meestaba recibiendo, hacía que mi última semana pareciese un mal sueño.Se me ocurrió que una manera de lidiar con todo, sería pensar que solohabía sido una pesadilla. 

Llegamos a nuestra suite del Beverly Hills Hotel. Scarlet yatenía una semana viviendo allí y lo había convertido en su pequeñoapartamento. Se quitó el abrigo y quedó en un mono deportivo. Yo memetí a la ducha y prendí los chorros de masajes. Gradué el agua lo máscaliente que pudo soportar mi cuerpo. La miré a través de los vidriosmojados, sacando la ropa de mi maleta, dividiendo lo que iría a latintorería y colgando en el clóset lo que estaba limpio. 

¿Era ella mi mujer? ¿Mi señora esposa? ¿Era este el hogar quenecesitaba yo para exorcizar los demonios que me habían poseído? 

Scarlet notó que mi ducha se alargaba y se acercó a verme. Memiró a los ojos y comenzó a bajar su mirada lentamente. Observó micuello... mis pectorales... mis abdominales... y se quedó fijamentemirando mi pene. Yo sonreí por primera vez en una semana. Pero ellano subió sus ojos para acompañar mi sonrisa. Siguió mirándome lapaloma como hipnotizada, abriendo levemente su boca, cerrando unpoco los párpados, respirando cada vez más fuerte... como si estuvieseluchando por controlarse y evitar lanzarse a mamarme el güevo. 

Mi sonrisa desapareció y me puse muy serio a observarla.Pegó su nariz al vidrio, como para verme más de cerca. Su alientoempañó su mirada. Lamió el vidrio y con su lengua abrió una ventanapara seguir mirándome el miembro (que ya para entonces estaba firme yseñalándola, cual perro cazador). 

La metí a la ducha con la ropa puesta y comencé a desvestirla.Le quité el sweater y la franela y descubrí sus pechos perfectos... suspezones rosados enmarcados por un pequeño círculo de crema. Besé subarriga con desesperación y le quité los pantalones y la ropa interior.Me arrodillé ante ella y me lancé, buscando mi salvación, sobre sumonte de Venus. Metí todo su blanco y depilado bollito en mi boca yconvertí todo mi dolor en un deseo brutal de darle placer. Moví mislabios sobre su clítoris, mis dientes sobre sus labios vaginales. Milengua entró y salió de su cuerpo con velocidad animal. 

Me agarró por la parte de atrás de la cabeza y me empujóhacia adentro, jaló mi cabello hacia ella, como si quisiera metermecompleto en su cuerpo. Sus gemidos acariciaron mi alma herida. Suscontracciones me hipnotizaron y me hicieron olvidarlo todo. Me perdíentré sus muslos y bebí con desesperación de la única fuente que podíasalvar lo que quedaba de mi corroída y condenada humanidad. 

Soltó su primer orgasmo en mi boca, gritando de un placer quemis oídos no sentían terrenal... como si del cielo me hubiesen mandadouna sirena para consolarme. 

Me levantó agarrando mis cabellos. Se volteó y se inclinócontra el vidrio de la ducha. Me ofreció sus nalgas redondas y rosadas,parcialmente doradas por las caricias del sol cubano sobre su hilodental. La agarré por las caderas y fui, lentamente, entrando a sucuerpo, como quien saborea el último pedazo del postre de un manjar.El agua de los chorros de masajes nos atacaba por todos lados. Eracomo hacer el amor bajo una cascada. 

Scarlet me señaló un espejo en el otro extremo del cuarto y meinvitó a que nos mirásemos. El vapor había humedecido los vidrios porlo que parecíamos un mismo cuerpo en movimiento pendular. Sus tetasse adivinaban en el distante reflejo. Su rostro, cubierto por su rubiacabellera, se acercó al vidrio y me permitió ver su placer. Sus ojosentreabiertos me pedían que me la cogiera con más fuerza y así lo hice.Una y cien veces la tomé por la cintura y tiré de su culo hacia mí. Sucuquita apretada me recibió con un calor acariciante, acurrucante, unacalidez tan humana que me recordó la indiscutible realidad de nuestraunión. 

Vacié mi semen dentro de ella mientras se contraía. Su vaginame chupó el miembro. ¡Era cangrejera la muchacha...! ¡Esperanza...!¡Ironía del universo...! ¡Qué recompensa tan grande después de tantaculpa y de tanto castigo...! 

Nos terminamos de bañar enjabonándonos el uno al otro. Ellafrotó una esponja sobre mi espalda y fue centímetro a centímetrolimpiando mi piel. Lo sentí como un despojo: la muerte, la peste, lasculebras, los cementerios, los Santos Malandros, el gas de las motos, elsudor y la sangre, la humedad, la pólvora, los tiros, Ramiro, Colombia,Pantera, el Comisario, los calabozos de la policía, la enfermería,Tartufo, mi Madre... 

Scarlet limpió todas mis penas... y yo comencé a llorar. 

Ella continuó su ritual de sanación. No preguntó nada. Lo supotodo. No hizo falta hablar. Mis lágrimas se fundieron con la cascada yrodaron bendecidas por sus caricias hacia el desagüe. "Está bien", medijo, "llora todo lo que quieras. Estoy contigo, por siempre, todo va aestar bien". 

Salimos de la ducha y me secó con la misma cautela con la queme bañó. Nos acostamos en la cama desnudos y nos dormimos abrazándonos con fuerza...  

Las aventuras de Juan PlanchardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora