TOBITO DE AGUA FRÍA

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Desde el momento en que salió en la prensa la noticia de la muerte de mi padre ("El padre de un empresario revolucionario..."), los Tragavenados pusieron en acción un plan de contingencia: averiguaron quién era, qué tenía, dónde vivía... Ramiro se quedó en el barrio por unas horas, cuadrando todo para desaparecer por un tiempo sin perder el control de la zona.

Mientras tanto, alias Johnny Ciencia se desplazó con una parte de la banda hacia el este de la ciudad, a montar guardia frente al edificio de mi madre, por si acaso. Sabían que La Liebre hablaría. Sabían que llegaríamos a ellos, y estaban de salida. Si nos hubiésemos retrasado un poco, mi madre estaría en casa viendo su telenovela. Lamentablemente, la eficiencia del CCCP y la rapidez de la Góldiger para conseguir el pago, se conjugaron de manera impecable para que nuestro plan sorpresa activara el de ellos. Perdimos todos.

Pantera me sacó del galpón. No quería que me vieran llorando, ni Ramiro ni los policías. Me dio una botella de anís Cartujo... Intenté beber pero lo que hice fue vomitar. Desde una ventana nos miró una niña con curiosidad. Había escuchado los tiros y conocía a muchos de los caídos, pero no había rastro de miedo ni dolor en su mirada. Estaba acostumbrada a los tiros y a los caídos.

¿Cómo vamos a salir de esta? –le pregunté a Pantera.

Negociando, jefe –dijo y bebió de su botella–, no hay otra.

Respiré hondo, intenté calmarme. Uno de los policías se nos acercó y dijo "retirada pa'l cuartel". Pantera afirmó con la cabeza y me hizo un gesto de que lo siguiera. La niña en la ventana se despidió de mí agitando su mano. Parecía tenerme lástima. Nos trasladamos en las motos a la sede principal del CCCP en la avenida Urdaneta.

Alias Ramiro fue puesto a bordo de una patrulla que lo guardó en uno de los calabozos. Me llevaron a la enfermería a coserme el dedo. Allí había quince oficiales heridos de bala, además de mí. Algunos habían participado en nuestra operación, otros eran víctimas de algún otro incidente.

Me miré en el espejo de la enfermería y me tomó un instante reconocerme. Mi rostro y mi ropa estaban cubiertos de sangre. Mis ojos hinchados de tantas emociones. Yo no era el mismo. Mi señora madre, a dos días de haber perdido a su marido, estaba en manos de una banda de adolescentes desquiciados que se habían tumbado unas culebras del zoológico de Caricuao.

Un oficial que no me conocía ni sabía qué coño hacía yo allí, me dijo que olía a mierda y me sugirió que me diera una ducha. Acepté su oferta. Tenía años acostumbrado a las duchas de spa de los mejores hoteles del mundo. Pero esa noche me tuve que conformar con el tradicional tobito de agua fría. La ducha se había jodido y no había agua caliente. No sé cómo coño alguien quiere que los policías de nuestro país no se corrompan cuando la sociedad no es capaz de garantizarles una ducha decente en su estación.

Me dieron un uniforme de policía y me indicaron que me llevarían a la oficina del Comisario. Caminamos unos largos pasillos, pasamos junto a varias camillas de cadáveres cubiertos por sábanas blancas. Eran nuestros muertos. Alguna de esas sábanas tapaba el rostro hecho pedazos de Tartufo.

Sonó mi celular. Era Scarlet. Yo no quería preocuparla. Decirle que mi madre estaba secuestrada por culpa mía no era una opción. Decirle cualquier otra cosa era mentirle, y yo a Scarlet nunca le mentiría. Decidí ignorar la llamada. Ya habría tiempo para hablar con ella.

Llegamos a la oficina. Pantera estaba allí, esperándome. Se había lavado la cara y los brazos, pero seguía con su ropa ensangrentada. Así de fiel es este tipo, no descansa ni siquiera cuando lo hago yo.

El Comisario sí se había bañado, probablemente con agua caliente en el baño de su oficina. Pensé que debí haberle pedido su ducha, y después pensé que yo lo que era es un descarado, soñando con duchas de agüita caliente mientras mi madre estaba en manos de los

Las aventuras de Juan PlanchardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora