LA DIPUTADA ENDRAGONADA

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 Sonó mi celular, era la Góldiger:

Vamos una grupo –dijo en su limitado castellano–, cenamosen La Orchila y si tienes suerte podemos viajar para Habana por fin desemana. Puede traer a su chica si quiere. 

La Orchila es una belleza de isla, pero hasta los cangrejos ensus playas son militares. La Góldiger sonaba medio tomada, y yo soloquería pasar un rato a solas con Scarlet. Pero la Diputada Endragonadaseguro estaba entre los invitados, me convenía pasar por allí aunquefuera un rato. Además, Scarlet quería ir a una playa, quizá no seríamala idea... La Orchila... Pero a La Habana sí es verdad que no mepegaba.El peo era la tranca. Solo llegar a La Lagunita sería unaodisea, no quiero ni imaginarme lo que sería ir a La Carlota. Pero paraesto, como para casi todo, la Góldiger también tenía solución: 

Vete para Lagunita, yo mando helicóptero que recoja encampo golf. 

Buena vaina. A Scarlet le emocionó la idea de ir a la playa. Nile mencioné lo de Cuba porque era capaz de querer ir.Una hora después cruzábamos los campos de golf del LagunitaCountry Club, a bordo de un carrito eléctrico blanco de lo más cursi,con nuestros bolsos de playa, fumándonos una varita de pan con queso.  

 No existe nada más absurdo que un campo de golf en un paísque tiene millones de personas viviendo en la miseria. Una vez alComandante se le ocurrió que eso debía cambiar, pero fue tan grande lapresión de su gabinete (asiduos usuarios de estos terrenos, o residentesde sus zonas aledañas), que nunca pudo llevar a cabo el cambio. 

Elelefante blanco había vencido, una vez más, al explorador.Noté a Scarlet mirando el horizonte, reflexiva. 

¿Qué te pasa? –pregunté.—Nada... estoy un poco cansada. 

Se veía triste. Intuí que estaba pensando en su abuela enferma.Es de una nobleza tal, esta niña, viviendo cosas tan emocionantes juntoa mí pero pensando en otros... siempre generosa. 

Estás pensando en tu abuela –afirmé. 

Se volteó y me miró con sus ojos infantiles. 

¿Cómo sabes? –dijo.

Ya te conozco un poco –respondí. 

Le gustó mi respuesta. Tomó mi mano, le metió un jalón más aljoint frosteado de coca y se recostó sobre mi hombro, cariñosa.Llegamos al hoyo seis y ahí nos recogió un helicóptero de laGuardia Nacional.Sobrevolamos Caracas en pleno atardecer. Fue entoncescuando, por vez primera, Scarlet notó la naturaleza real de las lucesque adornaron nuestra llegada a casa. 

Son barrios –sentenció–. ¿Toda esa gente vive así, enmiseria? 

Por eso es necesaria la revolución, amor. Toda esa gente fueolvidada por la oligarquía. El Comandante los está ayudando a saliradelante. 

Scarlet me miró, poco convencida, y volvió a ver hacia abajo.Era verdaderamente impresionante: un océano de pobreza, una sabanade carencia, suciedad y olvido, de sueños imposibles, de violencia...Nadie entiende Caracas hasta que la ve desde arriba, es unarealidad geográfica... Por fortuna, casi nadie puede verla desde arriba.













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