HASTA EL 2021

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Siguieron varios días difíciles. Me pusieron yesos en todo elcuerpo. Me inyectaron tranquilizantes. Me hicieron dormir esposado enun hospital público del sur de Los Ángeles. Después me trasladaron auna prisión para procesados. 

Me dieron permiso de hacer una llamada y varias veces intentéllamar a Scarlet, pero no agarró el teléfono. 

Pedí que me permitiesen mandar un e-mail, pero dijeron queese derecho no estaba contemplado para un procesado como yo.Expliqué que ella era mi esposa, necesitaba hablar con mi esposa, sinduda ella querría hablar conmigo. Me dijeron que ese no parecía ser elcaso, nadie que se hubiese identificado como mi esposa habíasolicitado visitarme. 

El Ministerio Público me facilitó un abogado. Era un hombresimple, de unos setenta años, sin mucho dinero, sin mucho interés ennada, pero bastante profesional. Lo vi por primera vez en el pabellónde visitas, a través de un vidrio blindado. Vino a explicarme el estatusde mi caso. 

Afortunadamente –dijo–, el ciudadano Michael Baker nomurió por el disparo. Sin embargo, usted está siendo acusado de intentode asesinato intencional. 

¡Ese señor se estaba violando a mi esposa cuando ledisparé! –protesté. 

—Entiendo. 

—¿Y eso no ayuda en nada? 

—Ayuda, en la mayoría de los casos. 

—¿Pero en el mío no? 

—Presuntamente el señor Baker mantenía una relación desdehace dos años con su esposa. 

—Ya habían terminado. 

—El señor Baker afirma que no. Dice que usted estaba siendoutilizado por su esposa, que ella estaba con usted para quitarle eldinero y dárselo a él. 

—Eso es absurdo. 

—Lamentablemente, los estados de cuenta, tanto suyos comode los otros involucrados, le dan bastante fuerza a dicha argumentación. 

—¿Cuáles estados de cuenta? 

El abogado me mostró unos papeles: eran los movimientos demi cuenta del Bank of America. En ellos se veía cómo,sistemáticamente, Scarlet había girado veinte mil dólares diarios desdemi cuenta a la suya, desde el día del giro que le hice para su abuela enla Quinta Esmeralda. Trescientos veinte mil dólares en total. 

Adicionalmente, había movido dos millones de dólares anuestra cuenta conjunta en los días que siguieron al accidente. 

Es parte del dinero que necesita para su abuela –dije casisusurrando–, está enferma. 

El abogado me miró extrañado. 

No... tengo registro de ninguna abuela con la que la señorahaya tenido contacto en los últimos años. 

Yo no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Scarlet me habíaestado estafando desde el principio? ¡No podía ser...! ¡Era imposible! 

—Mr. Planchard, ¿está usted al tanto de las ocupacionesprofesionales de su señora durante el año previo a su matrimonio? 

—¿A qué se refiere? Es estudiante de UCLA. 

El abogado me miró con curiosidad y con lástima. Sacó otracarpeta y me mostró unas fotos de una mujer con la cara tapada. Enalgunas estaba en traje de baño, en otras estaba sin la parte de arriba.En otras mostraba su inconfundible y legendaria cuquita depilada. 

Las aventuras de Juan PlanchardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora