Capítulo 7: Espejismo

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Ciel Phantomhive Pov


Aquella noche me prometió los cielos, mil estrellas y un paraíso, entonces me besó con violencia, con pasión y con egoísmo. Me besó como si realmente me amara y cedí. Cedí porque no sabía qué hacer con él, pero tampoco sabía que  hacer sin él… H.E.

Por unos instantes quise olvidarme de todo y cedí aún más ante él, permití que me cubriera con su saco y me llevara hasta el elevador mientras me acariciaba como si fuera un animalillo tembloroso al cual ha herido. Y tal vez tenga razón, jamás quise que algo así pasara, si me quede más tarde no fue por él, sino porque Edward me obligo a hacer unos encargos.

Para el idiota, era su forma de castigo perfecto por hacer que se preocupe por Lizzy como si fuera una niña pequeña. Pero justo estaba terminando, cuando recibo una llamada de Alois preguntándome si estaba en casa. Se escuchaba tan feliz que por un momento sonreí y le dije que no, pero que en vente llegaba, para mi sorpresa y molestia, me podio quedarme aquí en la empresa, diciendo que pasaría por mí.

Había balbuceado no sé qué cosas antes de colgarme. Moría de hambre y la estúpida máquina de dulces no quería darme mi barra de chocolate. Mi día había sido una mierda y empeoraba a cada segundo, entonces apareció él para acabar de joderlo todo.

Así que en cuanto nos adentramos al elevador y presionó el botón que nos dejaría en el estacionamiento, suspiró aliviado, como si nada de lo que me hizo hubiera pasado o le restara importancia, después de todo para él no es importante forzar a alguien en un lugar público. Sin embargo, en un rápido movimiento, pulse el botón de emergencia, deteniéndonos entre el piso dos y tres.

—Vamos, hazlo… es todo lo que quieres, ¿no? —apoye las manos en su torso, haciendo que el saco que momentos antes me puso se deslizara por mis hombros—. Fóllame para que me dejes tranquilo de una vez por todas.

Con asco y un inmenso nudo en la garganta, deslice mis manos hasta su entrepierna, como si en verdad lo deseara después de todo  lo que me hizo, incluso logre acariciarlo con descaro mientras soltaba uno que otro jadeo que lleno su mirada de morbo y revolvió mi estómago, sintiendo como se excitaba cada vez más. Sorprendentemente me detuvo antes de que lograra bajarle el zipper, sujetando mi mano y soltando un pesado suspiro.

—Basta —susurró con voz pastosa rodeándome con los brazos.

—¿Ahora tienes decencia, Sebastián? —solté ácido, me separe de él y volví a presionar el botón de emergencia—. Antes no te importo forzarme en el pasillo. ¿Acaso te excita que te vean, perro?

—Podría besarte hasta dejarte sin aliento, Ciel —me respondió de forma tosca, jalándome de la muñeca con excesiva fuerza, mientras su otra mano me sujetaba de la barbilla—. Podría saborearte a mi antojo, abrirte de piernas y meter mi polla tan profunda en ti, que no pararas de gritar mi nombre, pero no aquí, no así.

—¿Y qué esperas… —solté mordaz— una cena romántica y velas? —Sonreí sin ganas en un intento por no llorar mientras las puertas del elevador se abrían justo en el estacionamiento—. No seas idiota.

Deseaba escapar de ahí, irme lo más lejos que se pueda de este hombre y si es posible, no volver a verlo nunca más. Ni siquiera me importó, simplemente corrí hacía la salida escuchando como me llamaba mientras sus pasos se acercaban cada vez más a mí, porque en el momento en que lograra sujetarme acabaría rompiéndome.

—¡No huyas! —bramó tomándome del brazo, jalándome hacía él hasta que tuve mi rostro contra su pecho.

—¡Suéltame! —lo empuje y en cuanto nuestras miradas se cruzaron, el odio incremento, por lo que termine abofeteándolo tan fuerte que mis dedos se marcaron en su mejilla—. ¡No me toques! ¡No vuelvas a tocarme nunca más!

SebastiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora