Capítulo 20: Liberosis

551 75 15
                                    

Ciel Phantomhive Pov

“Cuando estamos cansados, somos atacados por las ideas que conquistamos hace mucho tiempo” –Friedrich Nietzsche

Lleve mis manos a la altura de mis oídos, queriendo bloquear el odioso sonido de su voz, pero segundos después parecía estar dentro de mi cabeza, y yo solo deseaba que no me importara lo que decía, pero era imposible porque me volvía a sentir como aquel chiquillo encerrado en esas cuatro paredes. Asustado, abrí los ojos y para mi buena suerte, él ya no estaba, sin embargo, no tardaría en regresar para decirme hasta el cansancio todo lo que había hecho mal, comenzando por el hecho de existir.

Lo odiaba y me odiaba, aun así, no le daría el gusto de hacer lo que tanto quiere, por lo que camine al baño, llene la tina y abrí el pequeño botiquín de medicinas, pensando en que todo lo que me hacía falta era relajarme un poco, dormir como era debido y no olvidarme de tomar mi medicamento, de esta forma él ya no volvería. Se había ido los últimos años, así que podía hacerlo de nuevo y esta vez para siempre.

Mis manos temblaban, estaba mareado y ansioso por lo que tome un par de tranquilizantes, dos… tres, tal vez fueron cinco o un poco más, no lo sé y no me importa, solo quería que la sensación se fuera cuanto antes. Estaba desesperado sin motivo alguno, tal vez porque creí que no volvería a escuchar su voz atormentándome con lo que ya sé. Soy culpable de muchas cosas, de más de una muerte y aun así sigo anexando más crímenes a la lista.

—Mierda… —susurre en cuanto el frasco cayó de mis torpes manos, estaba vació y me pregunte si ya me había tomado las pastillas o desde un principio no hubo nada—. ¿Importa?…

Me dije y tome un par de analgésicos, mientras cerraba la llave de la tina y me desnudaba, metiéndome en el agua caliente que relajo mi cuerpo en segundo, pero no mi mente. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no se iba? ¿Por qué me odia tanto aun estando muerto? Y es que Vincent se sentó en la orilla de la tina, y me contempló por largos minutos con una expresión triste, tan triste como la que vi los últimos días que estuvo vivo. Su mirada apagada, su rostro pálido y sus pronunciadas ojeras no iban con aquel rostro de finos rasgos que fue admirado por muchos y venerado por otros.

—Déjame tranquilo…

—Te seguirás hundiendo —susurró.

Entonces sentí su mano sobre mi frente, haciendo una ligera presión, como si quisiera que me recostara en el borde de la tina. No lo cuestione porque de un momento a otro mi voz se negó a salir y mi cuerpo se sintió tan pesado que obedecí, entonces su rostro dibujo una expresión dulce conforme sentía que el agua me iba cubriendo cada vez más y más. Era tan cálida, pero no tanto como sus brazos que por primera vez me rodearon llenos de afecto…

Papá había muerto, vi su cadáver porque mamá me obligaba a no apartar la vista de su rostro ensangrentado y su cuerpo mallugado, casi deforme en algunas zonas. Escuchaba su voz distante diciendo que todo era mi culpa, entonces voltee ligeramente el rostro y vi el auto volcado junto a otro, el cual era manejado por una mujer que tenía atravesado algo en el pecho.

Mi cuerpo dolía, no podía mover ni mi brazo ni pierna izquierda y mi vista… no sé porque sentía que al parpadear los colores se tornaban de un ligero tono rosita. Como pude, llevé una mano a mi frente y la sentí húmeda junto a una sensación algo pegajosa y tibia. Era mi sangre…  yo estaba vivo y papá muerto. Él se había desabrochado su cinturón de seguridad para ponerme el mío, y en el momento del impacto me protegió con su cuerpo… si no lo hubiera hecho yo estaría en su lugar y el seguiría vivo.

SebastiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora