Capítulo 25: Ataraxia

445 62 27
                                    

Sebastián Michaelis Pov

“Entendí que te necesitaba, cuando me hizo daño tu ausencia… ~H.E”

Su voz fue una caricia de terciopelo, un susurro anhelante que parecía prohibido con cada matiz llenó de misterio y misticismo. Pero aquella sonrisa que siguió al despedirnos, me desarmo. Entonces lo vi entrar al quirófano, tras gritar que recordará la promesa. Acepte… dije que si a una fantasía o a un suplicio. No lo sé.

—Si muero… promete que me vas a superar… y si vivo, dejame ser tan egoísta como para pedirte que te quedes siempre a mi lado… Sebastián… si vivo, ¿te casarías conmigo?

Sus palabras se repetían una y otra vez dentro de mi mente. No podía dejar de soñar con aquella fantasía de nosotros dos juntos, pero al mismo tiempo, mi subconsciente no paraba de decirme que era una muy mala idea. Sé que cuando Ciel me lo pidió, estaba consciente, sabía lo que decía y sonrió tan hermoso tras ese beso, que termine aceptando una locura sin siquiera pensarlo.

Ahora tengo miedo, no por aceptar casarme después del daño que le hice. Más bien, ya no me considero suficiente para él y me da pavor pensar en perderlo, en que aquel beso, aquella mirada cómplice y aquel abrazo hayan sido el último. Aun tengo tantas cosas que decirle, cientos de pláticas pendientes, miles de anécdotas y millones de sonrisas que entregarle.

—Todo saldrá bien —Angelina me sonrió, disipando toda la tensión y preocupación que parecía consumirme sin que yo lo notara.

Sus manos tomaron la mía con cuidado y no pude evitar pensar en que era curioso. Sus manos eran pequeñas, delicadas y demasiado bondadosas, al mismo tiempo, tenían una fortaleza asombrosa. Sus pequeñas manos no temblaban al salvar la vida de cualquiera que la necesitase y tampoco ante mi contacto que solo ha sabido dañarla. Las manos de Angelina eran preciosas como toda ella, capaz de entregar todo sin pedir algo a cambio.

—Lo lamento.

—Últimamente te disculpas mucho, Seb —colocó una pose pensativa mientras su dedo índice golpeaba rítmicamente su mejilla—. Este no eres tú —me miró y un extraño escalofrío recorrió mi cuerpo—. El Sebastián que yo conozco es un hombre imponente, sarcástico e indomable. Es un hombre que jamás baja la cabeza ni se disculpa ante nadie. Él no muestra debilidad.

—Eso suena a que es una terrible persona.

—Claro que no —cerró los ojos y sonrió—. También es un hombre apasionado, inteligente y divertido. Es alguien muy protector y muy hábil.

—Parecen dos personas —por primera vez sonreí y ella hizo lo mismo.

—¿Tu crees? —observó el techo antes de volverme a mirar—. Yo diría que incluso tiene una tercera personalidad, es un lado sexy, complicado y tóxico.

—¿Tóxico? —pregunte con genuino interés.

—Si, toxico para cualquier relación —aclaró—. Tiende a ser infiel, mentiroso y posesivo.

—No soy posesivo.

—Lo eres. Jamás conmigo pero sé que lo eres —sonrió—, y no negaste lo de mentiroso e infiel.

—Ann…

—No te estoy reprochando nada —aclaró—. Es solo que me sorprendió ver tantas facetas y tantos cambios en un hombre que creí conocer.

—Mi estupidez no es una faceta y si me conoces, màs de lo que quieres creer —solté y ella rodó la mirada—. Hay cosas que deseó cambiar, pero no sé cómo… y ya es tarde ¿no crees?

SebastiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora