¿Dónde está el amor?

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—¡Rebeca, llegas tarde!

Suspiré y lancé mi campera de cuero negro sobre el escritorio.

—Sí, lo sé. —Respondí casi sin aliento, y me senté derrumbándome bruscamente sobre la silla.

Tomé un cuaderno, y me abaniqué un poco.

¡Dios, hacía calor!

—¿Pero qué te ha pasado? —inquirió Noelia, mi compañera de oficina. —Parece que vinieras de la Segunda Guerra Mundial.

—Más o menos —contesté y resoplé un mechón de mi cabello, mientras que estiraba mis brazos sobre el delicado escritorio de vidrio. —¿Qué no has visto que los ascensores no funcionan? —Agregué.

Noelia, negó con la cabeza.

—No lo sé, ya sabes que yo siempre uso las escaleras, porque tengo fobia a los espacios pequeños.

Sí, ahora lo recordaba.

—¡He tenido que subir veinte pisos! ¡Por poco hubiesen tenido que organizar aquí mi funeral!

—Toma, un vaso de agua. —Me alcanzó Noelia y apoyó las manos sobre el escritorio— Te hace falta ejercicio. Verás que en un par de veces más ya ni te cansas. Es solo cuestión de que tu cuerpo se acostumbre.

Solté una carcajada, exhalando la última gota de aire que me quedaba.

En eso se abrieron las puertas del ascensor, y entró el jefe.

¡Qué lindo estaba!

Ese traje azul marino, le quedaba precioso, y le hacía juego con sus ojos.

—¡Guau!

¡Dios mío! ¿Dije eso en voz alta?

Sí, creo que sí.

¡Genial, ahora iba a pensar que era una acosadora, y que estaba obsesionada con él!

¡Qué alguien me dé una cachetada por favor!

¿Por qué no podía controlar mi mente?

Encima, si me hubieran visto...La cara roja como un tomate, la falda levantada, tirada sobre la silla con las piernas abiertas, abanicándome con desesperación a ver si lograba que me entrara una gota de aire. Y encima no tenía mejor idea que lanzarle un piropo al jefe. Aunque claro, había sido involuntariamente.

Me miró, y echó hacia atrás la cabeza, con el entrecejo fruncido, sorprendido. Pero a la vez sonriente.

Como si muy en el fondo, le hubiera gustado lo que había escuchado.

Casi de un salto, me acomodé en la silla, e intenté parecer lo más centrada posible.

—¡Eh, mira Rebeca ya funcionan los ascensores! —Exclamó Noelia, intentando salir de ese clima tenso— Ya no vas a tener que bajar por las escaleras.

Era cierto. Con lo del papelón de recién ni me había dado cuenta.

¡Caramba tendría que haber llegado un poco más tarde! Y me hubiera ahorrado tanto trajín.

—¿Cómo? ¿Subiste veinte pisos? —preguntó el jefe. Los ojos abiertos de par en par.

Hice una mueca algo jactanciosa.

—Bueno, al menos ahora ya no tendrás que bajarlos—agregó después.

—Ajá —Igual antes que bajarlos así otra vez, me tiraba por la ventana, y que me salvara Superman. Si es que existe.

Historias que no son cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora